Muchas veces al día queremos estar en un lugar muy diferente al
sitio donde nos vemos obligados a permanecer. Yo siempre tengo deseos de volver
al Paradero de Camarones. No pierdo ese instinto que me empuja hacia las cosas
que me rodearon de niño (aun después de comprobar que la mayoría de ellas
están perdidas o muertas).
Más de una vez he querido volver a pasar caminando el puente
giratorio sobre el río San Juan, en Matanzas. La única vez que lo hice, viví
una experiencia que puedo reconstruir travesaño a travesaño. Aun suenan en mi
cabeza los pitazos del tren que se acercaba.
A la sombra de los árboles de la calle Álvaro Obregón, en la
Colonia Roma, leí varios libros. Cada vez que los veo en mi librero, quisiera
reabrirlos allí, en México D.F., mientras el olor de los comales se mezcla con
la tóxica neblina del valle.
Una callecita del barrio gótico de Barcelona, una casa con la
silueta de un poeta suicida en Bogotá, la calle de los rieles de Santiago de
los Caballeros, el malecón de La Habana… Hay muchos lugares a los que siempre
estoy dispuesto a volver. Pero ahora mismo, en este instante, quisiera estar
ahí.
El río Hanabanilla nace unos pasos más arriba de esa poceta, en el
vientre de las montañas que rodean El Nicho. No necesito muchas cosas más. Lo
único innegociable sería un poco de ron añejo, algunas canciones para el viaje
de regreso y que tú estés dispuesta otra vez a meterte en el agua helada.
4 comentarios:
Venegas, aunque no físicamente, vuelves cada vez que haces esa introspección fascinante del tu Paradero de Camarones con todo y tren incluido. ¡Es maravilloso cómo transmites tus vivencias!
NO ME DEJES FUERA que yo también pongo ron y me ofrezco pa' lo que sea, Fidel, pa' lo que sea! JAJAJA
LINDO, A LO CALAMARO.
...y al lugar donde fuiste feliss.. no debieras tratar de volver.. Magister dix it!
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