Hay películas que puedo volver a ver una y otra vez (El maquinista de La General, de Buster
Keaton, es una de ellas) y hay
película para las que quisiera irme a vivir. La invención de Hugo, la obra más reciente de Martin Scorsese, me dio
deseos de hacer las maletas y mudarme un siglo atrás.
Las ganas de saltar hacia la pantalla surgen casi el principio,
cuando la cámara sobrevuela el París de los años 30 y entra en la estación de
Montparnasse, cruzando andenes y salones, hasta dar con un niño que le da
cuerda a incontables relojes y repara la imaginación de Georges Méliès.
Esa veloz secuencia basta para introducirnos en un mundo del que
no vamos a querer salir unas dos horas después. Consciente de ello, Martin
Scorsese nos mira con desfachatez llegado un momento, cuando se disfraza de de
fotógrafo ambulante para percatarse de la cara que tenemos.
Tengo una lista de películas de las que no me puedo deshacer. Cada
vez que tengo una oportunidad, regreso a ellas en busca de cosas que me son
indispensables. Desde ayer, La invención
de Hugo está entre ellas. Solo lamento haber tardado tanto en conocer al
pequeño relojero de la estación Montparnasse.
Los aciertos del filme son tantos, que solo los críticos se pueden
dedicar a enumerarlos. Dejo esa ardua labor a ellos y solo recalco algo que, al
fin y al cabo, es lo que más le agradezco a Scorsese por esta película. Hugo Cabret es una prueba ineludible de que la
ficción y la realidad pueden habitar un mismo espacio.
Justo por eso quisiera vivir dentro de ella, así sea en el papel
de autómata.
6 comentarios:
Vero... y bien trovato!!
tu post me gusto tanto como la pelicula.
Sabía que esa película eras tú.
¡Salir corriendo a buscar la película!
Ay me gusto tanto tanto :)
Muy cierto.
Publicar un comentario