Para Edwin Ruiz y Vianco Martínez,
su honestidad me sigue inspirando
Cada vez que reviso la lista de los firmantes dominicanos del último pataleo de la dictadura cubana, no se me ocurre otra cosa que calcular el precio real de un favor y las consecuencias de sus intereses. Mi hija Ana Rosario es hija del exilio. Creció y se formó fuera de Cuba, pero ese hecho no ha empeñado la conciencia de sus padres ni la libertad de nuestras opiniones. Cada vez que su madre o su padre se han sentido en el deber de denunciar una injusticia, nada ni nadie ha podido taparnos la boca.
Los estudios universitarios de una hija o de la hija del esposo de la hija, un homenaje en una institución cultural, un fin de semana en un hotel cinco estrellas de Varadero, los auxilios sexuales de un efebo de la Seguridad del Estado, una consulta gratis de un babalao o los remordimientos de la nostalgia no son suficientes. Nada justifica la infamia, ni siquiera lo que alguna vez aprendimos como justo nos puede impulsar a ser injustos.
De todos los nombres dominicanos que apoyan los más recientes actos criminales de la dictadura de mi país, solo lamento el de Víctor Víctor. Vitico es un artista que, me consta, se basa en los resortes más auténticos que puedan inspirar a un creador. El resto es totalmente prescindible. Historiadores que nunca harán historia, cineastas que jamás han hecho una película, poetisas que cualquier antología eva(diría) y teatristas que sobreviven en el foso de la mediocridad.
Afortunadamente son muchísimos más lo dominicanos, revolucionarios y justos, que condenan el régimen que destruye a mi país. Por suerte son muchísimos más los quisqueyanos que no tienen favores que pagar y ponen por escrito su grito de solidaridad con el pueblo de Cuba.