En una de sus canciones, “Los restos del naufragio”, Enrique Bunbury hace una lista de las cosas que en verdad no quisiera que desaparecieran nunca. Primero enumera algunos clásicos y contemporáneos cuyas obras le han servido de referencia. Luego hace lo mismo con ciertos lugares que lo han inspirado en algún momento. Leonard Cohen, Tom Waits, Nick Cave, Andrés Calamaro, Charly García, Fito Páez y Luis Alberto Spinetta, entre otros. Oaxaca, Benarés, Marrakech, Cádiz, Buenos Aires y Santo Domingo (“si nos dejan volver”, aclara, recordando aquel absurdo episodio donde las autoridades dominicanas le prohibieron el retorno al país).
En muchas otras de sus canciones, Bunbury menciona rincones, personajes, experiencias y sonidos que ha ido recolectando durante sus largos viajes del otro lado del Océano. En una entrevista, asegura que disfruta como nadie extraviarse en La Habana o en Nueva Orleáns, “para poder deshacerse de la mirada de turista y descubrir la verdadera identidad de la gente”.
Oyendo los discos de Bunbury es que se puede calcular, de una manera más precisa, el provecho que le saca a esa manía. Pocos artistas han logrado como él hacer que el pasado de pueblos olvidados reaparezca en la vigencia de una melodía. A veces no vemos la riqueza de las cosas que nos rodean. La experiencia de Bunbury puede ser una buena lección.
Sólo hay que regresar de ninguna parte y atreverse a las consecuencias que tendría fijarse en los rincones para donde nunca hemos mirado.
1 comentario:
muy bello esto
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