Norberto y yo solíamos sentarnos sobre el carril del apartadero para ver a los trenes pasar por la línea principal. Por esa fecha, mediados de la década del setenta del siglo pasado, en Cuba se reconstruía la Línea Central. Todos los trenes nacionales estaban desviados por Línea Sur y tenían que pasar por Camarones para poder llegar a Santa Clara.
Desde allá abajo, a la altura de las ruedas chirriantes, les decíamos adiós a todos aquellos rostros fugaces y extraños. Por los desperdicios que lanzaban por las ventanillas, descubrimos que en La Habana comían una cosa que olía a Pionero (la única acepción del chocolate que conocíamos) y algo que venía envuelto en papel celofán. Luego, al cabo de los años, descubrimos que se trataba de africanas y sorbetos.
Desde aquella altura las inscripciones más pequeñas eran más visibles, por eso pudimos aprendernos la fecha de fabricación, el tonelaje, los caballos de fuerza y las nociones elementales de las locomotoras de entonces. Luego, oyendo a los ferroviarios, nos enteramos de los nombres con los que ellos bautizaban a sus máquinas: las inglesas, los melones, las patas de palo, las húngaras, los patos, las francesas, las 900 y las casas de guano.
Aún hoy trato de mantener esa costumbre. A la altura de las ruedas chirriantes sigo teniendo una mejor perspectiva de las cosas y del mundo. Desde abajo todo se ve mucho más claro. Por aquí no pasan trenes, pero la vida lleva una velocidad parecida y sigue estando llena de rostros fugaces y extraños.
Desde allá abajo, a la altura de las ruedas chirriantes, les decíamos adiós a todos aquellos rostros fugaces y extraños. Por los desperdicios que lanzaban por las ventanillas, descubrimos que en La Habana comían una cosa que olía a Pionero (la única acepción del chocolate que conocíamos) y algo que venía envuelto en papel celofán. Luego, al cabo de los años, descubrimos que se trataba de africanas y sorbetos.
Desde aquella altura las inscripciones más pequeñas eran más visibles, por eso pudimos aprendernos la fecha de fabricación, el tonelaje, los caballos de fuerza y las nociones elementales de las locomotoras de entonces. Luego, oyendo a los ferroviarios, nos enteramos de los nombres con los que ellos bautizaban a sus máquinas: las inglesas, los melones, las patas de palo, las húngaras, los patos, las francesas, las 900 y las casas de guano.
Aún hoy trato de mantener esa costumbre. A la altura de las ruedas chirriantes sigo teniendo una mejor perspectiva de las cosas y del mundo. Desde abajo todo se ve mucho más claro. Por aquí no pasan trenes, pero la vida lleva una velocidad parecida y sigue estando llena de rostros fugaces y extraños.
5 comentarios:
Exelente Camilo... un gusto estas viñetas.
Camilo:
¡Qué lindo texto, hermano!
Un abrazo, Lichi
camilo:
Gracias por las viñetas. Siento envidia por la cantidad de fotos que has conseguido. He tratado con Geogle y no he podido...Aprovecho para decirte que existe confusión entre las locomotoras chinas y unas General Motors, C 30, que son muy pesadas y han ocasionado problemas. Imagínate que tienen motores de 3000 caballos...
Volveremos a comunicarnos...
Mis abuelos aún viven en San Fernando de Camarones, viví ahí hasta que cumplí un año y mis padres se mudaron para Cumanayagua. Cada fin de semana íbamos a Camarones en el tren, como en un peregrinaje.. comprabamos mamoncillos en El Mango. Camarones me trae muchos recuerdos de mi infancia, no existía para mí un lugar tan perfecto como el arroyo que está a la entrada del pueblo. Recuerdo el sonido del agua entre las grandes piedras, el eco del ruido de los camiones que cruzaban el puente en dirección al pueblo.
mi recuerdo más lejano de Camarones fue el río crecido por un ciclón que hasta se "llevó" el antiguo puente de hierro.
Mis abuelos aún viven en San Fernando de Camarones, viví ahí hasta que cumplí un año y mis padres se mudaron para Cumanayagua. Cada fin de semana íbamos a Camarones en el tren, como en un peregrinaje.. comprabamos mamoncillos en El Mango. Camarones me trae muchos recuerdos de mi infancia, no existía para mí un lugar tan perfecto como el arroyo que está a la entrada del pueblo. Recuerdo el sonido del agua entre las grandes piedras, el eco del ruido de los camiones que cruzaban el puente en dirección al pueblo.
mi recuerdo más lejano de Camarones fue el río crecido por un ciclón que hasta se "llevó" el antiguo puente de hierro.
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