En el verano de 1986 regresé a Camarones en el tren lechero. Mi madre me fue a buscar a La Habana para ayudarme a cargar seis cajas de libros. Terminaba mi tercer año en la Escuela Nacional de Arte y Simone, mi novia, nos despidió en el andén de la Estación Central.
Sólo los que han viajado por la Línea Sur pueden imaginarse de verdad lo que significa hacer ese trayecto lleno de paradas constantes. El Rincón, Bejucal, Quivicán, San Felipe, Melena, Güines, San Nicolás, Vegas, Los Palos, Bermeja, Unión de Reyes, Bolondrón, Güira de Macurijes, Navajas... Salimos en la madrugada y a esa altura ya era el mediodía.
El tren paró en Pedro Betancourt para almorzáramos. Marino Vega, alias Caballo Loco, el maquinista que más corría en Cienfuegos, al que nunca los trenes se le atrasaban, nos acompañó. Recuerdo que comimos sobre las cajas de libros y Marino estuvo a punto de vaciar una perga de refresco prieto sobre el Teatro político de Erwin Piscator.
La estación de Pedro Betancourt estaba recién pintada. Antes de que el tren reanudara su larga marcha hacia Cienfuegos, caminé por la línea y revisé cada detalle de aquel caserón. A su alrededor, la abulia de un pueblo de provincia se alimentaba de un sol irresistible y de ese silencio que siempre trae consigo el mediodía.
Hoy encontré esta fotografía de la estación de Pedro Betancourt en Google Earth. Ya el almacén se vino abajo, pero al menos aún sobreviven los viajeros en el andén. Aunque el edificio se esté cayendo a pedazos, todavía les queda la esperanza de que de un momento a otro se oigan dos pitazos y un viaje comience.
En el verano de 1986 lo que menos nos imaginábamos es que todo aquello acabaría siendo todo eso.
Sólo los que han viajado por la Línea Sur pueden imaginarse de verdad lo que significa hacer ese trayecto lleno de paradas constantes. El Rincón, Bejucal, Quivicán, San Felipe, Melena, Güines, San Nicolás, Vegas, Los Palos, Bermeja, Unión de Reyes, Bolondrón, Güira de Macurijes, Navajas... Salimos en la madrugada y a esa altura ya era el mediodía.
El tren paró en Pedro Betancourt para almorzáramos. Marino Vega, alias Caballo Loco, el maquinista que más corría en Cienfuegos, al que nunca los trenes se le atrasaban, nos acompañó. Recuerdo que comimos sobre las cajas de libros y Marino estuvo a punto de vaciar una perga de refresco prieto sobre el Teatro político de Erwin Piscator.
La estación de Pedro Betancourt estaba recién pintada. Antes de que el tren reanudara su larga marcha hacia Cienfuegos, caminé por la línea y revisé cada detalle de aquel caserón. A su alrededor, la abulia de un pueblo de provincia se alimentaba de un sol irresistible y de ese silencio que siempre trae consigo el mediodía.
Hoy encontré esta fotografía de la estación de Pedro Betancourt en Google Earth. Ya el almacén se vino abajo, pero al menos aún sobreviven los viajeros en el andén. Aunque el edificio se esté cayendo a pedazos, todavía les queda la esperanza de que de un momento a otro se oigan dos pitazos y un viaje comience.
En el verano de 1986 lo que menos nos imaginábamos es que todo aquello acabaría siendo todo eso.
1 comentario:
Vas mejor que nunca, Camilo... Y suscitas memorias. Se me habían olvidado las pergas de refesco prieto rebosantes de a coli.
Un pariente mío tuvo la desgracia de ser jefe de Control de la Calidad de la Empresa de Bebidas y Licores (EMBELI)...Salía un día una pipa de refresco prieto, cumpliendo su deber advierte que en ella pululan las amebas. ¡Qué se le va a hacer, hay que cumplir el plan! Aunque la gente se vaya en diarreas. Total, las pipas de cerveza acabaron con los parques como las putas para extranjeros acabaron con el Malecón. ¿Qué familia iba a ir a un parque, en el raro caso de que le quedara un banco, si los borrachos te vomitaban al lado y la chusma dligente iba desde con cubos hasta con tanques de 55 galones?
Recuerdo a Pedro Betancourt en un tiempo algo anterior, cuando apenas una niña leía la piel... sin sospechar en que algún día me vería obligada a emigrar de un infierno similar y no iba a volver a ver las calladas estaciones de campo que me enseñaron a amar desde pequeña, cuando mi padre y mi hermano y yo divertidos echábamos humitos en las frías mañanitas campestres. Si pude echar humitos con mis hijos camino de San Antonio de los Baños.
Yo alfabeticé en Pedro Betancourt y tengo el honor de haber sido la alfabetizadora más joven de Cuba.
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