Desde 1999 hasta el 2 de diciembre de 2007, nadie le había puesto riendas al proyecto caudillista y demagógico de Hugo Chávez. Como un patriarca garciamarquiano, el militar golpista hizo y deshizo a su antojo, al amparo del fantasma de Bolívar, a quien cree reencarnar cuando ordena y manda.
Los sectores opuestos al absolutismo unipersonal de Hugo ya se habían dado por vencidos. Ese engendro que se hace llamar “socialismo del siglo XXI” (Ay, Carlos Marx, cuántos disparates se han cargado a tu cuenta) no parecía tener frenos. Todo estuvo perdido hasta que un enjambre de jóvenes universitarios dijeron que preferían andar sin uniforme y se quitaron en público sus camisetas rojas.
El rol que jugó el movimiento estudiantil venezolano fue clave para que el “No” se impusiera en el referéndum constitucional. La dictadura trasvestida de revolución de Chávez ha sido parada en seco por una generación que decidió, como Silvio alguna vez, querer tener riendas en las manos.
Los sectores opuestos al absolutismo unipersonal de Hugo ya se habían dado por vencidos. Ese engendro que se hace llamar “socialismo del siglo XXI” (Ay, Carlos Marx, cuántos disparates se han cargado a tu cuenta) no parecía tener frenos. Todo estuvo perdido hasta que un enjambre de jóvenes universitarios dijeron que preferían andar sin uniforme y se quitaron en público sus camisetas rojas.
El rol que jugó el movimiento estudiantil venezolano fue clave para que el “No” se impusiera en el referéndum constitucional. La dictadura trasvestida de revolución de Chávez ha sido parada en seco por una generación que decidió, como Silvio alguna vez, querer tener riendas en las manos.
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