En muchos países de Latinoamérica que no cuentan con una importante tradición cinematográfica, se están haciendo películas que proponen un diálogo inteligente y eficaz con las sociedades donde se gestan. Los circuitos de cine alternativo, que cada vez ganan más fuerza, se nutren constantemente de esas producciones.
Una buena parte de esas películas están realizadas por creadores muy jóvenes, que han decidido despojarse del discurso anquilosado y decadente de muchos de sus predecesores. Gracias a eso, han quedado atrás los tiempos en que nuestros cineastas hacían panfletos en vez de películas, convirtiendo al mal llamado “nuevo cine latinoamericano” en un compendio de arcaicas recetas y refritos.
Jóvenes realizadores de Centroamérica y Suramérica se han propuesto contar cada una de sus historias desde sus propias convicciones artísticas, sin responder a un canon o a una estética preconcebida. Eso ha propiciado una gran diversidad de lenguajes y temas. Sin lastres ni compromisos, han dicho lo suyo “a tiempo y sonrientes”.
En República Dominicana, en cambio, ha prevalecido la simplonería de cintas pensadas para un mercado fácil y demasiado perecedero. Es difícil que esos realizadores entiendan o asuman los cambios. Son los jóvenes los que tienen que atreverse aunque sea con una cámara de juguete. Tienen que empezar de cero, despojarse de lo obvio y de las falsas tradiciones. Es como si tuvieran que aprender a mirar por sí solos.
Una buena parte de esas películas están realizadas por creadores muy jóvenes, que han decidido despojarse del discurso anquilosado y decadente de muchos de sus predecesores. Gracias a eso, han quedado atrás los tiempos en que nuestros cineastas hacían panfletos en vez de películas, convirtiendo al mal llamado “nuevo cine latinoamericano” en un compendio de arcaicas recetas y refritos.
Jóvenes realizadores de Centroamérica y Suramérica se han propuesto contar cada una de sus historias desde sus propias convicciones artísticas, sin responder a un canon o a una estética preconcebida. Eso ha propiciado una gran diversidad de lenguajes y temas. Sin lastres ni compromisos, han dicho lo suyo “a tiempo y sonrientes”.
En República Dominicana, en cambio, ha prevalecido la simplonería de cintas pensadas para un mercado fácil y demasiado perecedero. Es difícil que esos realizadores entiendan o asuman los cambios. Son los jóvenes los que tienen que atreverse aunque sea con una cámara de juguete. Tienen que empezar de cero, despojarse de lo obvio y de las falsas tradiciones. Es como si tuvieran que aprender a mirar por sí solos.
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