Sadam Husein ha sido sentenciado a morir en la horca por apenas uno de sus incontables actos criminales. El anuncio de la condena ha desunido aún más al pueblo iraquí: Mientras los chiítas y los curdos celebran, los suníes lloran y juran venganza.
El hecho de que Sadam ya tenga la soga al cuello, no significa el fin del horror en Irak. La creciente violencia sectaria y la cada vez más confusa realidad, han empantanado al ejército invasor y tienen al país a un paso de la guerra civil.
La muerte de un dictador nunca significa el fin de los pavores que provocó su dictadura. Un tirón del cuello, un disparo a la cabeza o una enfermedad incurable le ponen fin al individuo, pero no le devuelven a los pueblos todo lo perdido.
Las divisiones, los rencores, el dolor, el odio y la miseria perduran mucho más que el hombre que las infligió, sin pudor alguno, en la memoria colectiva de los suyos.
El hecho de que Sadam ya tenga la soga al cuello, no significa el fin del horror en Irak. La creciente violencia sectaria y la cada vez más confusa realidad, han empantanado al ejército invasor y tienen al país a un paso de la guerra civil.
La muerte de un dictador nunca significa el fin de los pavores que provocó su dictadura. Un tirón del cuello, un disparo a la cabeza o una enfermedad incurable le ponen fin al individuo, pero no le devuelven a los pueblos todo lo perdido.
Las divisiones, los rencores, el dolor, el odio y la miseria perduran mucho más que el hombre que las infligió, sin pudor alguno, en la memoria colectiva de los suyos.
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