06 junio 2017

Defilló por Boán

Desde finales de los años 80 del siglo pasado, envidio a los que han tenido la oportunidad de participar en procesos creativos con Marianela Boán. Aunque ella me comenta regularmente lo que está haciendo e incluso me escucha cuando le digo mi opinión, tuve que esperar hasta 2017 para hacerle un aporte real.
Siendo del todo honesto, debo compartir ese mérito con Diana Sarlabous. Porque fue entre los dos que le presentamos a Jarabacoa. Y allá arriba, en ese valle que tanto inspiró a Fernando Peña Defilló, la coreógrafa encontró por fin los resortes que necesitaba para traducir a gestos la obra de su pintor dominicano preferido.
Poderle enseñar a Marianela los manteles que tienden los cibaeños al sol, el sombrero de neblina del Mogote y la confluencia del Jimenoa con el desbocado Yaque del Norte, es para mí más que suficiente. Ese solo hecho me deja a mano con queridos amigos que bailaron, actuaron, pensaron o escribieron obras con ella.
La crítico de arte Marianne de Tolentino aseguró alguna vez que “por la originalidad y la firmeza de su estilo, la precisión y el vigor de su inspiración, la seguridad y el refinamiento de su oficio, Fernando Peña Defilló es un artista que, de manera incomparable, ha gestado un mundo de sensaciones visuales, personales y sociales”.
Esa misma frase, palabra por palabra, pudiera repetirse a propósito de Marianela Boán. De ahí la trascendencia de Defilló, la más reciente obra de la coreógrafa de origen cubano. Sobre el escenario, con el mismo ímpetu que lo hacen el Yaque y el Jimenoa, confluyen dos poéticas que siguen un mismo curso a través de las claves del ser caribeño.
Además de todos los valores de la obra, en ella también se puede apreciar el que es quizás el mayor aporte de Marianela Boán a República Dominicana. La Compañía Nacional de Danza Contemporánea ha alcanzado ya una destreza técnica y una madurez tal que sus bailarines ya están a la misma altura de los mejores del mundo y son capaces de hacer sus propias coreografías.
Intuyo a Defilló como un punto de giro en la obra de Marianela Boán, como el comienzo de una nueva etapa a la que, conociéndola como la conozco, exprimirá hasta sacarle todo el jugo. Quizás esa es la razón por la que, en una escena de su magistral homenaje a Fernando Peña, hace que partan naranjas sobre una mesa.

05 junio 2017

Iván Cañas y José Lezama Lima, como dos extraños

Estoy escribiendo un texto sobre las dos veces que Iván Cañas y José Lezama Lima se encontraron.  Lo tengo casi listo, pero no me atrevo a ponerle el punto final. Sé que le falta algo importante, que hay un detalle esencial que aún se me escapa.
Fue en La Habana de 1969. Cuba entera permanecía movilizada en los cañaverales, tratando de producir 10 millones de toneladas de azúcar. Como fotorreportero de una revista, Iván fue enviado a Caibarién —un pueblo de la antigua provincia de Las Villas— a retratar la gesta masiva.
Pero el joven artista acabó captando expresiones individuales, rostros aislados, cubanos que no tenían otra cosa que ofrecer que no fueran sus vidas cotidianas. Aquel material, gracias a la asesoría del maestro Raúl Martínez, acabó convirtiéndose en uno de los ensayos fotográficos más valiosos de la Cuba de la segunda mitad del siglo XX.
Pero Raúl y mucho menos Iván estaban seguros de ello. Necesitaban una tercera opinión y fueron a la calle Trocadero 162, donde vivía el autor de Enemigo rumor, a enseñarle la maqueta del libro donde se publicarían las imágenes (que hoy —dicho sea de paso— forma parte de la Colección del Museo Reina Sofía).
Entonces, el joven fotógrafo tenía 23 años y el escritor unos 59 que pesaban más que 70. Habían compartido el mismo espacio por 30 años, pero solo coincidieron dos veces; aquella y otra más, en un jardín del Vedado. Gracias a esos encuentros hoy sabemos cómo era el Lezama que se encerró (que encerraron).
En una de las fotos, Lezama suelta una carcajada. A juzgar por lo que le escribe a su hermana Eloísa en las cartas de esos meses, fue un escaso momento de alegría: “todos hemos sido víctimas de la estupidez, de la miseria y la confusión de nuestra época”, dice unos párrafos antes de comentar los avances en Paradiso.
Por eso las fotos de Iván, además de enseñarnos al corpulento hombre que la censura y la ignorancia trataron de encubrir, nos revelan lo que resultaba invisible en ese momento. Y ese es, creo, el gran valor de la obra de Iván Cañas, que siempre miró hacia donde nadie más miraba.
Ahora le voy a llamar por teléfono, quiero que me cuente, con sus propias palabras y con lujo de detalles aquellos dos encuentros. Pero antes quise escribir este post. Aquí empieza el final del texto que escribo. Iván y Lezama, como dos extraños, están a punto de reencontrarse.

01 junio 2017

Cubiletes

Miguelito Cuní retratado por Mario García Joya en 1970.
Mi tío Aramís
tiene un vaso de cuero
con cinco dados.
Los sábados
en la mañana
bebe ron,
oye a Miguelito Cuní
y juega cubiletes.

Cada vez que traga alcohol
clava el vaso bocabajo,
para que nadie vea
la suerte que dejaron
al caer
negros y gallegos,
jevas y cundangos,
carabinas y ases.

—¡Tú no juegues conmigo
que yo como candela! —Grita,
mientras usa la mesa
como un tambor.
Luego abre los brazos
y baila sin moverse del lugar.

Cuando el ron
y la música se agotan,
Aramís abandona el juego.
Jamás averigua
si tuvo suerte
o salió derrotado.
Apenas cierra los ojos
y deja que Cuba
desaparezca de sus recuerdos.

31 mayo 2017

Los viajes en mi provincia explicados por un autobús*

Vengo de una provincia donde nuestros abuelos viajaban con más comodidades que nuestros padres, nuestros padres viajaban con más comodidades que nosotros.
Nosotros viajamos con más comodidades que nuestros hijos, nuestros hijos viajan con más comodidades que nuestros nietos, nuestros nietos viajarán con más comodidades que nuestros biznietos…
Si la historia no cambia, nuestros tataranietos ya no podrán moverse.


*La Ranchuelera fue una línea de autobuses que conectó a la antigua provincia de Las Villas con La Habana en la Cuba de los años cincuenta del siglo pasado.

25 mayo 2017

Sunday Post-Dispatch

Fue la noche que corrimos
bajo la lluvia de Missouri.
Sobre los andenes vacíos
flotaba ese viejo olor
que la noche
deja en las ciudades
antes de abandonarlas.
Yo apretaba tu mano
como si la corriente
del río,
arcaica y silenciosa,
pudiera arrastrarnos.
Solo las luces del stadium
permanecían encendidas
cuando alcanzamos
el portal del hotel.
Aquella lejana claridad
nos bastó
para volver a decir
las cosas que repetimos,
todos los días,
más o menos a la misma hora.
Luego,
caminando
entre las penumbras
y los edificios abandonados,
intercambiamos saludos
con estatuas,
tranvías
y barcazas.
Todavía no eran las diez
y Saint Louis ya dormía
como un pequeño pueblo.
Ahora no recuerdo
si nos quedamos allí
o nos fuimos
en aquel largo tren
cargado de maíz,
neblina y polvo.
Solo tengo claro
que apretaba tu mano
como si la corriente
del río,
arcaica y silenciosa,
pudiera arrastrarnos.

24 mayo 2017

Regresar a casa

Ayer en la tarde, en una sala de espera del aeropuerto de Miami, avisaron a los pasajeros con destino a La Habana que su puerta de embarque había cambiado. Pocos minutos después, hicieron el último llamado para Santa Clara. No había pasado ni media hora cuando anunciaron un vuelo a Cienfuegos.
Diana seguía en la televisión las declaraciones de John Brennan, exdirector de la CIA, sobre una posible connivencia entre Rusia y miembros del equipo de campaña de Donald Trump. Yo, todavía despidiéndome de Saint Louis, oía a John Lee Hooker.
Para tratar de ponerme al día, abrí algunas de las páginas que visito regularmente y, en Diario de Cuba, di con el poema “Mi patria” de Abilio Estévez. Como el texto tenía otra música, puse al blues en pausa. Cuando llegué a la última palabra, volví al principio:
“Y aquí estoy finalmente y como debe ser, en mi patria. La encontré en cualquier camino. Solo se precisa andar, navegar mucho para encontrar la patria. Esta misma casa de Long Hill Road, por ejemplo, junto al Passaic River. La tierra que no conquisté, por la que no luché…”.
Todavía tenía a las palabras de Abilio dándome vueltas en la cabeza cuando llamaron al próximo vuelo: “Pasajeros con destino a Santo Domingo, por favor, dirigirse a la puerta D 43”. Entonces advertí cuán lejanas me resultaban ya La Habana, Santa Clara y Cienfuegos.
Solo cuando oí el nombre de la ciudad donde sueño y me despierto supe que había llegado el momento de regresar a casa.

04 mayo 2017

La foto al pie de los sucesos

Explicamos esta imagen según el relato de los que defienden a la dictadura de Venezuela: el pueblo oprimido (representado por unos vehículos de guerra blancos) se defiende de una minoría de escuálidos que pretende derrotarlo (representada por una marea humana).

02 mayo 2017

Todas las banderas son mudas

No lo enfrentaron, le pusieron una zancadilla. No le permitieron ser diferente a los miles que contemplaron impasibles cómo lo golpeaban y maniataban. Por Wichy García Fuentes, supe que se llama Llorente, que es taxista y un entusiasta de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Los pequeños segundos que dura el video producen una gran rabia. A lo lejos se ve la masa dócil y entumecida. Llorente aparece en cámara a toda carrera, con una bandera norteamericana en alto. Un policía de civil estira una pierna y lo derriba. Una vez en el suelo, le caen a golpes y patadas.
Alguien en Facebook se preguntó qué hacía ese hombre allí con la bandera de un imperio.  Me sentí tentado a comentarle si se había hecho esa pregunta durante todos los 1 de Mayo que, en esa misma plaza, miles de cubanos desfilaron banderas soviéticas.  
Todavía conservo con orgullo el brazalete del Frente Norte de Las Villas de mi padre. Lo llevó atado en su brazo durante los meses finales de 1958. En una vieja película se le ve junto a Camilo Cienfuegos, mientras izan la bandera cubana sobre el Ayuntamiento de Yaguajay.
El diseño del brazalete de mi padre es idéntico al de la bandera con la que Kcho se retrató frente a la Casa Blanca. Sin embargo, en manos de este esperpéntico personaje, luce irreconocible. Serafín Venegas recordaba con aquel pedacito de tela uno de los momentos más auténticos de su vida; Kcho, la afrenta del oportunismo.
Todas las banderas son mudas y solo dicen lo que le conviene al que las enarbola. Su significado no depende de sus colores o su historial sino de la circunstancia en la que son izadas. Por eso a Llorente le pusieron una zancadilla y lo molieron a golpes, mientras que Kcho solo provocó burlas indulgentes, asco.