Ayer
en la tarde, en una sala de espera del aeropuerto de Miami, avisaron a los
pasajeros con destino a La Habana que su puerta de embarque había cambiado.
Pocos minutos después, hicieron el último llamado para Santa Clara. No había
pasado ni media hora cuando anunciaron un vuelo a Cienfuegos.
Diana
seguía en la televisión las declaraciones de John Brennan, exdirector de la
CIA, sobre una posible connivencia entre Rusia y miembros del equipo de campaña
de Donald Trump. Yo, todavía despidiéndome de Saint Louis, oía a John Lee Hooker.
Para
tratar de ponerme al día, abrí algunas de las páginas que visito regularmente
y, en Diario de Cuba, di con el poema
“Mi patria” de Abilio Estévez. Como el texto tenía otra música, puse al blues
en pausa. Cuando llegué a la última palabra, volví al principio:
“Y
aquí estoy finalmente y como debe ser, en mi patria. La encontré en cualquier
camino. Solo se precisa andar, navegar mucho para encontrar la patria. Esta
misma casa de Long Hill Road, por ejemplo, junto al Passaic River. La tierra
que no conquisté, por la que no luché…”.
Todavía
tenía a las palabras de Abilio dándome vueltas en la cabeza cuando llamaron al
próximo vuelo: “Pasajeros con destino a Santo Domingo, por favor, dirigirse a
la puerta D 43”. Entonces advertí cuán lejanas me resultaban ya La Habana,
Santa Clara y Cienfuegos.
Solo
cuando oí el nombre de la ciudad donde sueño y me despierto supe que había llegado el momento de
regresar a casa.
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