09 octubre 2024

Réquiem por Armando de Armas


Cuando nos conocimos, él era asesor literario de la Casa de la Cultura de Cienfuegos. “¿Te has leído el Amadís de Gaula? —fue la primera pregunta que me hizo—. Todo lo que hace falta saber está en las novelas de caballería”. Elegía muy bien sus amigos y presumía de tener dos listas: una de afectos y otra negra.
Caminaba por el boulevard con un pañuelo blanco en la mano. Siempre lo mantenía perfumado. Con él secada el sudor de su cuello y de la frente de las mujeres que se detenían a saludarlo. Alberto Yarini era su héroe y los interpretaba a cabalidad. Andando con él conocí un Cienfuegos suburbial, clandestino.
Una tarde me invitó a “darnos unos cañangazos”. Fuimos hasta el hotel Jagua. Allí nos esperaban Chema Castiñeira (un actor que había cumplido una larga condena por participar en un complot para asesinar a Fidel Castro) y tres lindas cubanas. Ese día bebí por primera vez whisky.
Una de las mujeres era una bellísima dirigente cultural con cuyo esposo habíamos compartido más de una vez. Mandy notó mi asombro. “Todas tienen una fantasía —me dijo al oído—. Cuando descubres cuál es, son tuyas”. Luego notó que yo consultaba el reloj constantemente y me preguntó qué pasaba. 
“Es que se me va a ir la última guagua para Cruces” le dije. “Tengo un amigo taxista que me debe un favor —dijo mientras se secaba el cuello con el pañuelo blanco—, él te lleva a tu San Nicolás del Peladero”. Al salir del hotel, ya de madrugada, ahí estaba su amigo taxista.
Manifestaba abiertamente que era de derechas (hablo de los años 80 del siglo pasado) y no escondía su admiración por los alzados del Escambray (su padre había colaborado con ellos). Osvaldo Ramírez era su unidad de medida para la valentía. “Ya en Cuba no quedan hombres como él”, advertía constantemente.
Tenía una vasta cultura y era uno de los más voraces lectores que he conocido.  Pero prefería regirse por los códigos de la guapería cubana. No perdonaba las flaquezas ni las traiciones. Pañuelo blanco en mano, discutía de pie y vociferando, lo mismo de literatura que de historia o política. 
Hace unos años le pedí para El Fogonero un texto sobre la estación de Cienfuegos Carga. “Sigues en la lista de mis afectos”, puso al final de su envío. Tú también, Mandy. Algún día nos reencontraremos, entonces espero que me presentes a Amadís, Palmerín, Felixmarte, Cirongilio y, por supuesto, a Osvaldo Ramírez.

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