Bladimir Zamora solía señalar la fecha del primer aguacero de mayo. Tanto le gustaba ese acontecimiento, que una vez se propuso fundar un proyecto cultural con ese nombre. Siempre celebro su vida, pero por estos días hago un especial énfasis. Porque coinciden con el aniversario de su muerte.
No puedo oír a María Teresa Vera sin sentir su presencia. Siempre que Beny suena a mi alrededor, él regresa de algún modo. Entonces me pongo a recordar las mañanas de dominó y alcohol en La Gaveta, mientras en un precario tocadiscos sonaban canciones que nadie más tenía en La Habana.
Una tarde de 1989, se bajó de un tren en la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. En una mochila traía su cuota del mes y discos acabados de salir en Argentina y España: Fito, Baglietto y Serrat le hicieron compañía en esos días a Celia, Machín y Matamoros. Para rematar, siempre Beny.
Entonces yo había empezado a escribir un rarísimo libro de poemas y tenía el proyecto de hacer una novela inspirada en la revolución francesa (un número especial del Correo de la Unesco, dedicado a los 200 años de ese hecho que partió a la historia del mundo en tres, me tenía obsesionado).
—Tus poemas y tu novela están en este lugar —me dijo mientras Atlántida le alcanzaba una taza de café —. Déjale la revolución francesa a Carpentier, que arrastraba la erre como ellos.
Una mañana, mientras nos emborrachábamos en La Gaveta (en aquella Habana no importaban las horas), tocó a la puerta Antonio José Ponte. Traía varios ejemplares de una plaquette que le acababan de publicar. Todavía no sé por qué no me cayó bien aquel flaco pálido y con paraguas.
—Ese que acaba de salir por ahí —me dijo Bladi casi en tono de regaño—, es el mejor escritor de tu generación.
Me gusta recordarle esa historia a Ponte, porque siempre acaba haciendo un cuento de Zamora que yo no me sé. En una madrugada de la calle Monserrate, corría el año 2011, Diana y yo lo llevamos hasta los bajos de La Gaveta. Ya no podía beber, pero ese día pidió permiso para excederse.
—¿Él te contó que todos los días subía una bicicleta china por esas escaleras? —le preguntó a Diana.
—Sí, Bladi, me lo ha contado muchas veces.
—Menos mal, porque no quiero que se crea la historia de que ahora maneja carros de verdad.
Nos abrazamos llorando… y eso que no sabíamos que era la última vez.
En Santo Domingo cae el primer aguacero de mayo.
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