27 mayo 2019

El día que mi padre me salvó de ser un vikingo

El tercero, de izquierda a derecha, es Erick el Rojo
(Luis Alberto Ramírez).  Justo detrás, Harold (Alejandro Lugo). 
Cuando yo estaba por nacer, en el espacio Aventuras de la Televisión Cubana pasaban Los vikingos. Aquellos guerreros se convirtieron en auténticos ídolos y todo el país se paralizaba, cada tarde, para verlos batirse con sus espadas de plywood.  Aunque el bueno se llamaba Erick el Rojo, a mi madre le encantaba el nombre del malo: Harold. 
Afortunadamente, por más que insistió, no logró convencer a mi padre. Serafín había sido chofer del Jeep de Camilo Cienfuegos durante la campaña del norte de Las Villas. Esa es la razón por la que en Manicaragua, el pueblo donde vivían mis padres cuando nací, todos le llamaban Camilo.
El mismo 16 de julio, en medio de las fiestas por el Manicaragüense Ausente, mi padre fue a inscribirme. Cuando Juan Gutiérrez le preguntó qué nombre quería ponerme, no lo dudó dos veces: “Este sí se va a llamar Camilo”, dijo. “¿Un solo nombre?”, insistió Gutiérrez. “¡Uno solo!”, recalcó.
Lérida, enternecida en llanto, tuvo que resignarse. Pero no descansó hasta que en la familia por fin hubo un Harold. Cuatro años después, su sobrina Lucy dio a luz un varón y Popi, su esposo, que era un fanático de Los Vikingos, no ofreció resistencia.
Muchos años después, el Paradero de Camarones se llenó de nombres japoneses. Estaban pasando una telenovela de samuráis.

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