19 mayo 2019

El día que el futuro de Cuba cayó sin tirar un tiro

Cuba hoy sería diferente. Esa, creo, es la única duda que no tenemos de aquel suceso. Si Martí le hubiera hecho caso a Gómez, el 19 de mayo de 1895, no estaríamos donde estamos. Todas las versiones coinciden en que el dominicano regañó al cubano. Le ordenó que volviera a la retaguardia.
Pero el olor de la pólvora atrajo al Presidente como un cebo a la presa. Se acercó todo lo que pudo al escenario donde se libraba el combate. El azar, que tratándose de Martí siempre es concurrente, hizo que minutos antes se juntara con un soldado de la tropa de Masó. Un tal Ángel de la Guardia. 
Baconao, su caballo, era grande y brioso. Aun desde lejos era fácil determinar que aquella bestia, blanca y elegante, tenía que ser montada por alguien importante. Para colmo, su jinete iba vestido de saco negro, pantalón claro y sombrero de castor. Se distinguía a la legua.
Cuando los españoles capturaron su cadáver, comprobaron que el revolver Colt con chapas de nácar tenía todos los cartuchos. No llegó a usarlo. Baconao, herido en el vientre, logró volver al campamento mambí. Gómez ordenó que lo curaran y que nadie, nunca más, lo montara.
Al cuerpo de Martí todavía le esperaba un penoso viaje en tren. En avanzado estado de descomposición, fue mostrado en los andenes de las estaciones de Palma Soriano, San Luis, El Cristo y Santiago. No solo enseñaban el cadáver de un hombre, allí también yacía el futuro de una nación.
Cayó sin tirar un tiro.

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