La
cabaña que Diana y yo nos construimos en Quintas del Bosque, dentro de la
Cordillera Central dominicana, está a merced de la neblina. Muchas veces, en
medio de un día claro y soleado, de pronto nos hemos visto atrapados por una
niebla que se mete en la casa y lo borra todo.
Un
ejemplo de lo que digo fue la noche del sábado. Allá abajo, las luces de
Jarabacoa resplandecían. Aún más allá, llegaba a distinguirse la
claridad de La Vega, como un lejano sombrero sobre la silueta de las lomas.
Bajé
la vista a la pantalla de mi laptop por un rato y cuando volví a levantarla ya
no se veía nada. Ni La Vega, ni Jarabacoa, ni siquiera el hijo de farolas de la
carretera de Manabao a su paso por Pinar Quemado. Era tan densa la neblina, que
salí a “tocarla”.
De
ese momento es esta fotografía. Para compartirla en Facebook, escribí un breve pie
de foto: “Como pueden ver, para llegar a la Loma de Thoreau hay que seguirle el
rastro a la neblina”. Un amigo dominicano, Marlon Anzellotti González, comentó: “parece que viene un tren”.
Tiene
razón. Así se veían los reflectores de las antiguas locomotoras soviéticas
cuando entraban en la neblina del Paradero de Camarones. Entonces recordé las
estrofas finales de “Mariposas tecnicolor”, esa canción de Fito Páez que tantas
veces me he repetido a mí mismo:
Yo te conozco de antes,
desde antes del ayer.
Yo te conozco de antes,
cuando me fui no me alejé.
Llevo la voz cantante,
llevo la luz del tren,
llevo un destino errante,
llevo tus marcas en mi piel.
Y hoy solo te vuelvo a ver...
Cuando
volví a la casa ya todo era transparente de nuevo. Ahí estaban las farolas de
Pinar Quemado, el resplandor de Jarabacoa y la claridad de La Vega. El silencio
era muy parecido al que dejan los trenes al pasar.
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