Todas las tardes de su vejez, mi abuelo Aurelio Yero sacaba un pesado sillón de majagua para el andén de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. Allí leía hasta que caía la noche.
Aunque solo estudió hasta sexto grado, tenía una gran "retentiva" (así le llamaba él a la capacidad de razonar las lecturas. Fue así que se aprendió de memoria el Reglamento de los Ferrocarriles de Cuba y llegó a ser jefe de estación.
Era un estudioso de la Segunda Guerra Mundial, admiraba tanto a Patton como a Zhúkov. Era capaz de hacer sobre la tierra del potrero los mapas de las batallas más importantes, lo mismo de los Aliados que del Ejército Rojo. Pero su escritor preferido era Martí (sobre todo las cartas) y su género, la novela.
Recuerdo que, cuando se quejaba del tamaño de la letra de los libros de la colección Cocuyo, yo alardeaba de mi "vista de halcón". Le quitaba el libro de las manos, me iba hasta la penumbra de la mata de aguacates y leía en voz alta.
Entonces él tenía más de 70 años y yo apenas rondaba los 10. Ahora, que aún no he cumplido los 50, ya no puedo leer sin espejuelos. Cada vez que abro un libro de Cocuyo lo recuerdo.
1 comentario:
Es la primera vez que leo su blog y que bueno leer y no aburrirse...sigo leyendo. me gusta.
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