Hace muchos años que tengo varios borradores de una novela sobre mi infancia que se llama como mi abuela: Atlántida. Una vez Abilio Estévez me recomendó que, para que pudiera dominar mejor a los personajes, escribiera sus biografías. Esta es la de ella. Pronto tendré 50 años y todavía no me acostumbro a su ausencia.
Tiene 64 años. Nació en las montañas del Escambray el 11 de junio de 1914. Hija de un gallego y una asturiana. Su madre murió en el parto de Nellina, su hermana menor, cuando ella apenas tenía 11 años. Fue enviada a la casa de los Donato, en Cienfuegos, que era la familia del esposo de Herminia, su hermana mayor.
Allí le sirvió de modelo para una escultura al arquitecto Pablo Donato Carbonell, quien diseñó la fachada del Cementerio Tomás Acea (una copia a mayor escala del Partenón de Grecia). Luego la enviaron a casa de los Piz, en el Paradero de Camarones. Allí conoció a Aurelio Yero y se casó con él.
Tuvieron cinco hijos: Aldo (murió de meses), Caridad, Argelia, Lérida y Aldo. Aún en las épocas meas difíciles vistió siempre con elegancia. Buena, fina, obsesiva con dos cosas: las tradiciones y la limpieza. Nació y se crió en un mundo dividido en dos colores, pero eso lloró tanto el día que descubrió que Barbarito Diez era negro.
Es excelente costurera (cose todas las camisas de Aurelio y Camilo, sobre todo las de corduroy) y la mejor cocinera del pueblo. Los olores de sus sofritos son célebres y definen el punto del mediodía. Es muy friolenta, por eso siempre anda con un suetercito azul. El olor de ese suéter le produce felicidad y seguridad a Camilo.
Atlántida con sus hijos Lérida, Caridad y Aldo y su cuñado Rao Yero, otro de los personajes que llenaron de felicidad a mi infancia. |
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