La primera vez que intenté escribir poesía, no había otro poeta cubano que me desafiara más que Sigfredo Ariel. Aunque era apenas cinco años mayor que yo, encontraba versos inolvidables por donde quiera que pasaba, ya fuera en el parque de Ranchuelo, en una calle de Guadalajara o en la playa de Caibarién.
Aun
cuando nos hicimos amigos y acabamos queriéndonos mucho, no conseguí dejar de
mirarle con la distancia que produce la admiración más sincera, esa que se parece tanto a la envidia. Por él aprendí a darle significados a cosas que hasta ese momento
no eran para mí más que lugares comunes o vida cotidiana.
Su
natural cubanía me enseñó algo que las escuelas siempre distorsionan y envilecen:
ver a Cuba con naturalidad. Le he visto apartar un vaso de ron y
escribir un gran poema como la misma facilidad que alguien pide permiso para apuntar teléfono o una dirección.
Caminé
junto a él por las más inolvidables oscuridades de La Habana y andamos la
ciudad en una misma bicicleta. Mientras yo pedaleaba, él iba gritando cosas que
ahora, 20 años después, suenan en mi cabeza con esa armonía perfecta que siempre
tiene la melancolía.
Tuve el privilegio de verte hacer programas de radio. Aunque siempre
me admiraba de todo lo que eras capaz de hacer dentro de aquellos pequeños
estudios, no fue hasta mucho después que entendí que había sido testigo de un
arte que se extinguía. ¿Qué significó para ti ser un hombre de radio?
La radio es un recurso que pertenece totalmente a la imaginación, como
yo la entiendo y trabajé en ella durante unos veinte años. Para los periodistas
la radio es otra cosa, claro, y para los productores musicales, también.
Yo alcancé los últimos días de un periodo artesanal (que se había
iniciado en los años 20) cuando la mecánica formaba parte de la realidad: un
tocadiscos que había que engrasar para que no se escuchara el ruido del motor,
por ejemplo, la tragedia de las agujas, el enmascaramiento del scratch con agua
sobre las estrías… Las cintas magnetofónicas grabadas una y otra vez, los
efectos sonoros hechos en el estudio…
Pude hacer todo: dramatizados, programas infantiles, espectáculos con
públicos, espacios experimentales, con bastante libertad. Con la
digitalización, olvídate, se acabó aquella radio artesanal para siempre. Sucedió para mí también con la
imprenta, que es mi oficio primero. Adiós, son cosas que no existen.
Dulce María Loynaz decía que la poesía era un arte de la juventud. Tú
has alcanzado los 50 años y sigues escribiendo poemas espléndidos. ¿Por qué no
has podido dejar de escribir poesía, qué diferencias hay entre el joven poeta
de “la luz, bróder, la luz” y el poeta que eres hoy?
Siempre me pareció que la Sra. Loynaz inventó eso de la poesía y la
edad por dos (o tal vez tres) razones, que son:
1. La poesía no la visitó más tras “La novia de Lázaro”. (A propósito, no
era exactamente una muchacha cuando escribió ese poema que alude a un episodio
muy fuerte de su vida). Ahí mismo se secó, misteriosamente.
2. La frase era una indirecta con Nicolás Guillén (nacido como ella en
1902), quien muy viejo publicaba de vez en cuando versos en periódicos y
revistas. A veces no muy buenos, por cierto. Esa pulla a Nicolás la Loynaz la
soltó en Bohemia, cuando la
descongelaron tras años de indiferencia (llamemos así al ninguneo) por parte de
las instituciones oficiales. Los jóvenes de los 80 comentamos mucho el asunto,
nos regocijó el brete.
3. La Loynaz adoraba hacer frases agudas, generalmente amargas. Por
teléfono daba unos raspes magnos, en persona, dicen, también. Cuando escribía
no tenía un ápice de humor. Tuve poco trato con ella. No me interesó conocerla
ni visitar su casa, exigía adoración y eso siempre me ha parecido ridículo.
A pesar de ese axioma de Loynaz que detesto (ya te habrás dado
cuenta), hay muchos ejemplos de grandes poetas que han escrito hasta última
hora, con edades avanzadas. Pienso, por ejemplo en Auden, y entre los vivos, Leonard
Cohen, por poner dos ejemplos, solamente de obras grandes, consistentes. Borges
podría ser otro candidato para desdecir el fatalismo.
En mi caso, ahora, con 50, miro al muchacho de “La luz, bróder, la luz”
y pienso que hubiera podido hacerlo mejor en la poesía si hubiera estado más
atento a sus alrededores (y quizás estudiado, leído más) y no andar metido en
tanto loco amorío y en tanta camaradería callejera.
Pero así éramos los chicos de los 80. No lamento nada del pasado,
extraño ausencias donde quiera que estoy y me desorientan los cambios extremos
que alguna gente experimenta así como así. Creo que por allá adentro soy el
mismo. No sé si eso es bueno o no.
Eres el más habanero de todos los provincianos que conozco; sin
embargo, algunos de tus mejores poemas convierten en universales las cosas más
simples de la vida municipal. Ayúdame a explicar mejor esas dos mitades de
Sigfredo Ariel.
Tú sabes que esas cosas no tienen explicación. Hay personas que
desmenuzan los caminos y los tratos que la poesía tiene con uno, pero es
inútil. Nadie sabe ni sabrá lo que hace la poesía con la cabeza de uno. Siempre
he creído, por ejemplo, que escribo con claridad, para que todos entiendan, y
tristemente no es así.
No lo comprendía, hasta que años después leí mi primer libro y advertí
que algunas cosas quedaban oscuras, incluso para mí. Dice Chesterton que a
Robert Browning le pasó algo por el estilo, o peor: olvidó el significado de un
extenso poema suyo, dramático.
Sé que en mis poemas aparecen fondas, bares, calles, patios
provinciales, pero, mira, andar una noche solo por la calle Colón de Santa
Clara no es para mí distinto a caminar otra noche por Diagonal, en Barcelona, o
en Carlos III de La Habana.
El escenario no es para mí esencial, sino lo que pasa por dentro de
uno. Pertenezco a un grupo de poetas que, aunque parezca otra cosa a la crítica
superficial (siempre en Belén con los pastores), somos unos ensimismados
colosales.
Hace años escribí una línea al final de un soneto que fue interpretada
como un piropo a Santa Clara: «parva ciudad, la única en que existo» que en
realidad contiene la idea de que donde exista yo, existe la ciudad, no a la
inversa, pues no hubiera salido de allí.
Me es imposible pensar en La Habana (en la Habana que fue mía y perdí,
quiero decir) sin que Sigfredo Ariel me pase por la cabeza. ¿Quiénes te pasan a
ti por la cabeza cuando piensas en todas las Habana que has perdido?
No sé cómo uno puede vivir con tanta pérdida. No solo hablo de los
muertos, que ya son un montoncito. La mayoría de mis amigos se ha ido de Cuba.
Son huecos enormes. Siempre pienso en el tiempo que hemos perdido de estar
juntos y hacernos bien.
Dependo del amor filial, por eso mis cuentas de teléfono son
estratosféricas y aparezco en Facebook con frecuencia. El caso es que, cuando
me he ido a vivir a otro país, soy feliz con mis amigos de allá, pero echo de
menos a los de acá y los que están en otras partes. Lo ideal sería de vez en
cuando ir como un tren lechero por el mundo.
Aunque por ahora vivo en un lugar de La Habana que siempre caminé con
gusto, conozco bien, todavía comprendo con cariño y lo disfruto (Centro
Habana), la ruina gana día a día un pedazo más, la gente modifica
dramáticamente sus casas, sus vidas, como puede, y se modifica a sí misma,
claro está.
Me gusta irme al parque Trillo, caminar por la horrible calzada de
Zanja. Intento integrarme al entorno, irme al mercado agrícola con sus precios
de miedo y oír conversaciones entre personas desconocidas. Pateo Neptuno
arriba-Neptuno abajo al menos una vez al día.
Lamento muchísimo que muchos edificios se estén desmoronando, pero veo
a partir de las primeras plantas como una voluntad de salir de la ruina y la
basura: cualquiera que ande por aquí lo puede advertir, si levanta los ojos.
Eso me esperanza, me alegra, me hace pensar que es “La Habana que vuelve”, como
se llama una zarzuela del maestro Prats.
Gran parte de la banda sonora de mi vida se la debo a mis abuelos
Aurelio y Atlántida, a Bladimir Zamora y ti. La música que sonaba alrededor de
esas personas me ha seguido acompañando y salvando. Como apenas nos hemos visto
un par de veces en los últimos 16 años, tengo que hacerte esta pregunta: ¿qué
música acompaña y salva hoy a Sigfredo Ariel?
Soy afortunado: mi bar de la esquina tiene cada semana al conjunto
Chappottín, al Arsenio Rodríguez, a Rumberos de Cuba, que es mi grupo de rumba
favorito ahora mismo. Por si fuera poco, cada martes está el Septeto Habanero
en la misma calle donde vivo, San Miguel, en el Palacio de la Rumba. La entrada
equivale a un dólar, que no es desangrarse.
En casa oigo jazz, sobre todo cool jazz hasta el be-bop, ahí se paró
mi tren. Vuelvo de vez en cuando a los sones viejos al modo habanero (Boloña,
Nacional, Munamar, Occidente, Apolo, de los años 20), por estos días oigo a
Miguel Poveda, Mayte Martín con las pianistas Labeque y otros discos nuevos,
claro, que van llegando y uno consigue por ahí.
Me gusta oír demos, maquetas, muchas veces inconclusas o in progress,
y luego ver cómo se van completando, en ocasiones, perdiendo zonas,
instrumentos, no solo añadiendo. Es bonito que la gente confíe en uno y le dé
cosas así para escuchar. Hay dos precios que pagar en esos casos: sinceridad
absoluta y discreción total.
Mira, hay un CD que acaba de salir con un concierto en vivo medio olvidado
de Emiliano Salvador en Bellas Artes (que tiene un tremendo Llora, de Marta
Valdés, piano solo) y espero conseguir en cuanto salga Day Break, de Norah Jones, ahora en octubre. En realidad, oigo de
todo, Camilo, me conoces: no sólo camino por lo chapeado.
9 comentarios:
Linda entrevista que nos hace caminar por aquellas calles que llegamos a repeler.
Buenas las entrevistas. A este en particular me lo conozco y disfruto el doble. Pero dan gusto todas
Sigfredo, siempre creativo y con los pies en los pavimentos, los de allá, los de cualquier sitio que ha recorrido. Certeras sus respuestas
Qué linda entrevista. Me encantó!
Excelente, como siempre.
Preciosa entrevista, como siempre nos acostumbro, recrea tal cual el entorno, que nos hace caminar y vivir, junto al eterno amigo, que no murió, siempre está ahí, deleitando os, con su genialidad
Buena entrevista, recordé mucho al Sigfredo que conocí
Gracias por el recuerdo. Sigfredo, al que llegué no todo lo temprano que hubiera querido, es, como el Blado, una sombra tutelar en esta pasión por la música y la palabra.
Que bella entrevista de mi querido e inolvidable primo, una verdadera joya de nuestra familia pero tan humilde coo un grano de maiz...Que Dios te tenga en su Gloria tan mimado como mereces por ser su Hijo Amado...por haber sido Siempre La Luz de todos...Mil gracias por haber existido entre nosotros...mi inolvidable Sigfredito...
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