Ese es el título de mi primer poema. Lo escribí en el albergue de la Escuela de Arte de Cubanacán, en La Habana. Fue el mismo día que cayó en mis manos una edición especial de la revista Casa de las Américas. Sospecho que la imagen de la portada me dictó el título.
En aquel entonces yo todavía quería ser director de teatro y todo lo que había escrito se reducía a los pequeño ensayos, las argumentaciones y las críticas que exigían los profesores durante las clases teóricas.
Pero tenía dos compañeros de aula que sí escribían poemas. Freddy Tejera y Wichy García siempre andaban con unas enormes libretas a cuestas. En ellas pasaban a limpio sus osados versos, los cuales exhibían sin pudor las más dispares influencias.
Entre los dos había surgido una especie de emulación. A menudo ofrecían recitales en la terraza de la casa de 9na. donde estaban nuestras aulas. Ese fue quizás el primer estímulo que tuve para escribir un poema: la posibilidad de leerlo en voz alta en aquella terraza.
El mundo acababa de quedarse sin Julio Cortázar y yo, que en ese momento veía a la humanidad dividida en tres partes (cronopios, famas y esperanzas), me puse a componer una elegía. Freddy y Wichy fueron muy severos con mi acto de iniciación y gracias a eso el texto mejoró muchísimo.
Un año después, un jurado presidido por Raúl Rivero lo premió en un Encuentro de Talleres Literarios. Eso lo convirtió en mi primer escrito que llegaba a la imprenta. Pero no lo conservo, su vida acabó en aquel boletín de la Casa de Cultura de Cienfuegos.
Mañana Julio Cortázar cumplirá cien años. Aunque ya no precisa de sus zapatos grandes, sigue siendo mi maestro. Han pasado 30 años del día en que supe de su muerte y, al menos para mí, el mundo sigue dividido en tres partes: cronopios, famas y esperanzas.
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