De la serie Bosque seco (2014), José García Cordero. |
(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)
Contra
todo pronóstico, venciendo al sentido de la lógica y a la ley de gravedad, Casa
de Teatro sigue en pie. La institución que con más constancia ha promovido la
creatividad de los dominicanos acaba de cumplir 40 años. No es un milagro, es
una hazaña.
Semejante
proeza ha sido posible gracias a dos factores. Primero, a que Freddy Ginebra es
indomable y jamás se da por vencido. Segundo, a que, afortunadamente, aún quedan
locos capaces de seguirlo. Uno de ellos es José García Cordero, el reconocido
maestro del arte caribeño, quien vino desde París para dar las gracias.
José
conoció a Freddy a principios de la década del 70 del siglo pasado, una época
que él define sin dar rodeos ni valerse de eufemismos: “eran los años de la
dictadura de Joaquín Balaguer”, dice con firmeza, sin dejar el más mínimo espacio
para que nadie se atreva a rebatir nada.
“Casa
de Teatro se convirtió en el refugio seguro y productivo para una generación
que tenía la esperanza de que su país podía ser mucho mejor de lo que era. Era
un grupo amplio y diverso, con grandes convicciones y, sobre todo, con una gran
creatividad”, recordó García Cordero en la Tertulia de Alejandro Aguilar.
El
encuentro tuvo lugar en la víspera de la exposición “Concierto único”, organizada
por Lyle O. Reitzel Arte Contemporáneo en el caserón colonial de la Arzobispo
Meriño. Asistieron amigos entrañables, jóvenes artistas y los parroquianos de
siempre, esos que siguen hallando en Casa de Teatro el refugio que tuvo José en
1974.
Antes
de hablar de la experiencia del exilio, de lo que han significado para él París
y el frío de Europa, José García Cordero describió con lujo de detalles la
época en que Freddy Ginebra fundó a Casa de Teatro. “En los setenta y el país
estaba por hacer”, dijo como si solo hablara con él mismo.
Luego
se puso en el rostro una de sus sonrisas más amables y se fue a París del brazo
de Julio Cortázar. Por un rato, el diálogo se concentró en su formación como
artista; en el vital contacto que tuvo con esa enorme diversidad que fluye,
como el Sena, por el corazón de la capital francesa.
“No
sé quién hubiera sido yo de haberme quedado en República Dominicana, pero con
toda seguridad no sería quién soy ahora. París no solo me permitió conocer a la
vanguardia del arte contemporáneo y a un grupo de pensadores que fueron
decisivos en mí, también me ensenó a descubrir quién soy realmente y de dónde
vengo”, aseguro.
Esa
última frase le permitió volver a Montecristi, el lugar de origen de su familia
y uno de los escenarios fundamentales de su obra. El sol, el mar, la sal y el
bosque seco han ido ganando protagonismo en el imaginario del artista, sin duda
uno de los esenciales de República Dominicana.
“Al
principio yo intenté expresarme de diferentes maneras y a través de diversos
medios, pero al final descubrí que la pintura me permitía trabajar con las
tripas, llegar hasta la esencia de lo que quiero decir. Eso creo que es visible
en esta exposición, donde se ha logrado un conjunto muy personal, ligado a mi
obra política, poética y animista”, aseguró.
Hay
que darle las gracias a José García Cordero por ser un hombre agradecido. Su
gesto con Casa de Teatro y con Freddy Ginebra ha dado como resultado una de las
mejores exposiciones del año. Al final de la Tertulia, alguien le preguntó al
artista por República Dominicana en tiempo presente.
“En los setenta el país estaba por hacer, ahora
ya sabemos que no lo hicimos”, dijo. A los que no estuvieron allí esa frase
puede parecerles pesimista. No lo era. El optimismo estaba en el tono, como en
sus cuadros, donde el pintor llega a ser un hombre lleno de esperanza, de la
más adolorida y rabiosa esperanza.
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