El 24 de noviembre de 1991 viajé del Paradero de Camarones a Santo Domingo, en Villa Clara. Yo mismo llené el boletín en blanco. Entonces aún estaba abierta la estación de mi pueblo y el tren mixto circulaba todos los días.
La caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética eran hechos muy recientes. Lo peor estaba por llegar. Aunque ya vivía en La Habana, el mundo donde había transcurrido mi infancia permanecía intacto.
Mi casa se comunicaba con la estación a través de una puerta que había en el cuarto de mis abuelos. Cuando el tren ya estaba cerca, solía abrir el boletinero, dejar en él los pocos centavos que costaban el pasaje y tomar mi boletín.
A Rosendo Stuart, el Jefe de Estación, eso le molestaba mucho. Él era como un miembro más de mi familia y se negaba a cobrarme. Pero yo lo hacía, más que nada, para conservar el ‘cartoncito’. De niño, llegué a tener una enorme colección de boletines.
El 30 de noviembre de 2000 viajé de La Habana a Santo Domingo, en República Dominicana. No conservo el boleto. Entonces ya estaba cerrada la estación de mi pueblo y el tren mixto había dejado de circular para siempre.
Lo peor había llegado. El mundo donde transcurrió mi infancia se caía a pedazos. Aunque era un viaje sin regreso, volví a Cuba 10 años después. Cuando me paré delante de Rosendo Stuart no me reconoció.
Luego le dijo a Diana que él era como un miembro más de mi familia.
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