Cuando vuelvo a casa, en las tardes,
me encuentro con el Sol al final de una calle.
No importa la hora en que regrese,
él siempre me espera
sobre el filo del horizonte,
como si fuera la rodadera de Atlántida,
a punto de marcar
un surco definitivo en los contornos
de la silueta de mi madre.
Cuando vuelvo a casa, en las tardes,
el Sol se asegura de decirme
cuan insignificante soy.
Mientras espero por la luz verde
en las sucesivas intersecciones,
él empieza
a quitarle claridad a las cosas.
Alguna de mis canciones preferidas
me acompaña mientras desciendo.
Al final de la pendiente
ya es de noche.
La oscuridad, incomprensible,
es incapaz de tener
el más mínimo significado.
Esa es la razón
por la que me canso tanto
en ese pequeño viaje
de quince o veinte minutos.
Cuando vuelvo a casa, en las tarde,
me encuentro con el Sol
para que me explique,
durante el poco tiempo que dura su luz,
lo efímero que es todo
aquí abajo, encima de este viaje de regreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario