Aunque nacimos y nos criamos a unos pocos kilómetros de distancia,
lo conocí en La Habana de 1983. Ese año comenzamos a estudiar teatro en la
Escuela Nacional de Arte. Miguel Pérez, el Chino, se convirtió en un hermano en
apenas unas semanas. Teníamos más de una coartada para eso.
Además de la solidaridad municipal (el Paradero de Camarones
pertenece a Cruces), nos unían las mismas concepciones sobre el arte teatral y
algunos principios que ninguno de los dos estaba dispuesto a negociar. El Chino
era muy talentoso como actor, pero también tenía mucho talento como ser humano.
La vida real (eso que quedaba fuera de los muros de barro cocido
de Cubanacán), acabó por distanciarnos. Pero siempre que nos reencontrábamos,
nos poníamos al día con un fuerte abrazo y unas pocas frases. Eso no ocurre
hace más de 14 años.
He vuelto a dar con él en esta foto. Está teñido de azul y armado
con una banderola. Conozco muy bien ese escenario. Es en Cruces, a unos pasos
del Prado y la estación de ferrocarril. Me encantaría estar dentro de esa
imagen, disfrutando al Chino en lo que más él disfruta: provocar al espectador.
Es probable que cuando nos reencontremos seamos mucho más viejos
aún. Pero todos nuestros recuerdos en común sucedieron hace ya tanto tiempo,
que volveremos a ser jóvenes de una manera irremediable. Al fin y al cabo
aquella escuela, aquella Habana y aquella Cuba, era todo lo que necesitábamos
para ser lo que queríamos ser.
2 comentarios:
Camilo eres un tipo muy especial, te disfruto cuando recuerdas a la gente que quieres.
Ñoooooooooooooo el chinito de la ENA..... QUE NOSTALGIA!
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