No puedo decir que la poesía me ha
servido de mucho.
No supimos qué hacer juntos en aquella
ciudad
cercada por volcanes,
nublada por el aire oscuro de una estación
pertinaz, desconocida.
Cada quien anduvo por su lado,
incluso en aquel parque
donde el pintor obeso llevaba del brazo a su
mujer inválida.
En nada ayudó que me presentaran como
poeta
en la Candelaria,
donde las nubes que se le escapan al
Magdalena
interrumpen el paso de los recién llegados
y llueve dentro de los techos,
sobre las siluetas de tantos románticos
muertos.
Ningún verso me ha salvado de los peores
momentos.
Las
metáforas siempre ocurrieron antes
o llegaron después,
pero jamás dieron la cara por mí en el
fragor del caos.
Hasta donde me alcanza la memoria,
no recuerdo que ninguna hiciera acto de
presencia
en medio de mi mayor aflicción,
en ese momento en que estás a punto de
darte por vencido.
Solo tú,
mujer mía,
fuiste conquistada con los compases de mis
poemas.
Gracias a esa rotunda victoria
insisto en decir las cosas de este modo
tan anticuado,
inútil
y rancio.
Consciente de que se acabaron las posibilidades,
me aferro al clamor que compartimos,
mientras describo los márgenes del mar
y la hora en que llegan las ciguas palmeras
a posarse en las afueras del ruido.
mientras describo los márgenes del mar
y la hora en que llegan las ciguas palmeras
a posarse en las afueras del ruido.
Ya no espero que la poesía me vuelva a servir de algo
que no tenga que ver contigo.
1 comentario:
que bonito, me has tenido ahí embobado leyéndote, felicidades y un saludo!
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