La mayoría de los bustos de Martí son feos, burdos. Las
verdaderas dimensiones de aquel hombrecito menudo y lúcido no se corresponden
con ese pegote desfigurado que trasplantan por todas partes. Martí se repite
tanto por la geografía cubana que se vuelve invisible. Es tan común que no se advierte.
En los años sesenta, a lo largo de toda la isla, se
levantaron escuelas al campo. Eran dos edificios y medio donde
se albergaban cientos de alumnos. La idea era impulsada por
una interpretación de un pensamiento martiano. Se pretendía vincular el
estudio con el trabajo. Inspirado por todo eso, Silvio Rodríguez escribió la “Canción
de la nueva escuela”.
La inmensa mayoría de aquellas construcciones ahora están viejas y abandonadas. La
gente, necesitada, va cargando con todo lo que les puede servir de ellas. Primero
arrancan las ventanas, luego las escaleras y por último las paredes de
ladrillos. Solo dejan el esqueleto prefabricado y el busto de Martí. Ninguna de
las dos cosas les parece aprovechable.
No siempre está de cara al sol, pero nunca le falta una
ruina a la vista. Afortunadamente, las sucesivas manos de cal viva lo mantienen
a salvo del musgo. De no ser por eso, todo podría tener una connotación aún
peor. En muchos casos sería preferible que lo retiren o que lo pongan en lo
oscuro. A estas alturas la idea de morir como un traidor es lo de menos.
2 comentarios:
Te dejo el link al blog Gitaforas, de otro cubano, sobre este mismo tema, imperdible.
http://www.guitafora.com/search?updated-max=2011-10-22T18%3A04%3A00-07%3A00&max-results=7
Percibo una especie de hastío...poético, pero hastío al fin y al cabo.
Imagino que duele.
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