De izquierda a derecha, la primera es Aracelia. No es
posible contar la vida de nadie en el Paradero de Camarones sin que ella
aparezca en algún momento. Desde tiempos inmemoriales es eso que hoy le llaman
líder comunitario. Siempre se hizo cargo de todo, desde los sorteos para los
juguetes hasta las campañas de vacunación.
Cuando un ciclón arrancó de raíz a la vieja iglesia,
Aracelia corvirtió al comedor de su casa en un templo y a la cocina en un
confesionario. En su portal siempre estuvo el único columpio que conocimos. Cada
muchacha de mi generación se hizo una foto en él cuando cumplió quince.
Algunas salieron fuera de foco, todo dependía de la velocidad que llevara el
artefacto en ese momento.
El segundo es Alberto Píz, el hijo del hacendado más
poderoso de la comarca y el mejor pelotero que tuvimos en cualquier época. Ya
había firmado un contrato con los Piratas de Pittsburgh cuando Fidel rompió
todos los vínculos con las Grandes Ligas. Eso frustró a Masacote por partida
doble. Ni pudo viajar a los Estados Unidos, ni pudo integrarse al equipo
Azucareros en la primera Serie Nacional.
El tercero es Juani, el hijo de Talín y Mercedita. Tenía un
perro que se llamaba Nerón y una curva que ponchaba a cualquiera. De sus manos
salieron los mejores papalotes que han volado en el cielo del pueblo. Sus
coroneles, como los de Narciso el Mocho, eran unos pájaros perfectos, llenos de
colores y lindos cantos.
El del fondo es Stuart. Él en verdad es de Cruces. Pero el
haber sido jefe de estación en Camarones por más de 10 años, lo convirtió en
uno de nosotros. Es un hermano de oro negro que busco para hablar de
trenes. Siempre me acompañó en mis expediciones en motor de línea por los
intrincados ramales que estaban a punto de desaparecer.
Luego está Yuyo, el alcalde del pueblo. Suya fue la idea de
hacer un estanque de ladrillos y teñir su interior con azul de metileno. De no
haber sido por eso, nunca se le habríamos podido echar flores a Camilo en el
Paradero de Camarones, un pueblo sin acceso a ninguna corriente de agua. Yuyo
habla como si diera un discurso y vive como si el tiempo no le incumbiera.
Por último estoy yo. Como pueden ver, allí soy un hombre demasiado
feliz. Por eso quisiera que me perdonen, por ese día, los vivos y los muertos de mí felicidad.
3 comentarios:
No hago otra cosa que sonreír...
GRACIAS.
Ahora soy yo la que sonrio con lagrimas en los ojos al pies del anden.
Besos
JR
No sera que Camilo Venegas es el producto de todas esa vivencias y experencias, pero eres un producto auténtico, sólo tu tienes esa facilidad y agilidad para escribir, ... y para desnudarte.
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