En el tributo que Roman Polansky le hizo al pianista polaco Władysław Szpilman, hay un callado homenaje a todos los creadores reprimidos, a esos que no les queda otro remedio que encerrase en el silencio para poder escapar.
En un escondite de un edificio destruido, Szpilman (interpretado por Adrien Brody) toca el piano sin tocarlo. Sabe que el más mínimo sonido podía delatarlo y por eso levanta las manos, repasa en el aire una balada en sol menor que sólo así podría sonar afinada.
Como los nazis, el gobierno cubano aísla y deja sin voz a todo aquel que lo contradiga. Los más recientes actos de repudio acaecidos en las últimas semanas, reviven el horror nazi de los guetos. Las ruinas y el terror fascista, hacen que La Habana de hoy se parezca cada vez más a la Varsovia de entonces.
Como el pianista de Polansky, la mayoría de los creadores cubanos se ven forzados a escribir lo que de verdad quieren en el aire, sin que nadie a su alrededor los oiga.
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