Mi tía Cary era el ser más apasionado y revolucionario de la familia (hasta que el sentido común y la revolución misma se lo permitieron). Fue la tercera figura materna que hubo a mi alrededor, después de mi abuela Atlántida y mi madre. Desde anoche, en que por fin nos enteramos, estamos llorando por su muerte. Ocurrió hace cuatro días en su linda ciudad del mar. Ya no se reía ni hablaba con nadie.
En el verano de 1984, la madrugada en que Cienfuegos se ganó la sede del acto central de por el 26 de julio, nos despertaron las sirenas de la marina de Cayo Loco. En aquella época estaba en pleno apogeo la “guerra de todo el pueblo”, Silvio Rodríguez soñaba con aviones a todas horas y en Cuba vivíamos en vilo por una inminente invasión imperialista.
Al oír las alarmas, tía Cary nos dio el de pié a Rafelito (su esposo) y a mí para que nos fuéramos corriendo hacia nuestro respectivos puestos en las Milicias de Tropas Territoriales. Mientras nos vestíamos, las sirenas no pararon de sonar. Estuvimos listos en muy pocos segundos, pero cuando íbamos a salir tía nos detuvo: “¿Y se van a ir sin que colemos un poquito de café?”
Su propuesta de última hora nos libró del papelazo. En unos minutos las calles se llenaron de gente celebrando la noticia y la promesa de al menos tres cosas: un poco de pintura para las fachadas de las casas, africanas y queso crema por la libre en las cafeterías y un discurso de Fidel en la plaza que construirían en tiempo record frente al Malecón.
Una tarde en que regresábamos en tren a Cienfuegos, después de celebrar todos juntos el Día de las Madres en Camarones, sentimos un duro golpe y los vagones se llenaron de humo y polvo. En realidad la locomotora había chocado con un camión que trató de ganarle la carrera en un crucero, pero mi tía Cary, como siempre, creyó que aquello era otro intento del enemigo.
−¡Nadie se mueva, que esto es un sabotaje! ¡Abajo el imperialismo! −gritaba hacia todas partes.
Ese era el cuento de ella que yo siempre dejaba para el final cuando se reunía la familia. Me parece estarla viendo, muerta de la risa, mientras contaba cómo la gente se lanzaba aterrada por las ventanillas. Nos tuvimos que cambiar de vagón cuando todo volvió a la calma y el tren reanudó la marcha. “Las cosas que se te ocurren a ti, Cary, las cosas que se te ocurren a ti”, era lo único que atinaba a decir Rafelito.
Desde anoche mi madre llora sin consuelo. Su único sueño era volver a reunirse con sus dos hermanos en Cuba. Hace dos años preparamos un viaje que, por una razón o por otra, siempre acabó posponiéndose. Ahora sólo tío Aldo la espera. Sé que van a llorar mucho el primer día. Pero como al final la mejor manera de recordarla es con una carcajada, es eso lo que acabarán haciendo.
Yo también lo siento, tía, pero sólo te puedo recordar si me río. Es que esa fue una de tus dos grandes lecciones. La otra fue la de saber rectificar, algo que según tú, era cosa de sabios y de ex revolucionarios.
1 comentario:
Lo siento mucho, anoche estuvimos muy tristes. Con mi mamá, Cary fue muy cariñosa...se parecían.
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