Hace unos días, de regreso a la oficina, sentí ese airecito frío que tienen las mañanas del verano. Es algo muy leve que siempre se sofoca antes de que llegue el mediodía, pero cada vez que doy con él regreso de manera inevitable a las vacaciones de julio y agosto en el Paradero de Camarones.
Una de las cosas que más extraño de mi infancia es esa época en que los trenes volvían atestados de gente de los carnavales más remotos y en las matinée del cine Justo pasaban una y otra vez El Zorro, por Alain Delon, o Juventud sin vejez, una película soviética a la que le he perdido el rastro. Si pudiera volver a Cuba, esa es una de las primeras cosas que iría a buscar. Si hallo al airecito frío del verano, es probable que reaparezcan algunas de las esencias que él traía consigo.
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