El domingo pasado el sacerdote Adelir de Carli se ató a 1.000 globos de fiesta y se fue por los aires hasta perderse de vista en el mar del sur de Brasil. El cura despegó del puerto de Paranaguá y fue empujado por el mal tiempo a quién sabe dónde.
“Necesito ponerme en contacto con el personal de tierra para que me enseñen a usar el GPS. Es la única forma que tengo de informar mi latitud y altitud y sepan dónde estoy”, son hasta ahora las últimas palabras de Adelir. Barcazas, helicópteros, aviones y barcos militares lo buscan infructuosamente por mar y aire.
El 29 de junio de 1856, otro fanático de la ascensión aerostática se perdió para siempre. Matías Pérez era un exitoso fabricante de toldos que no trascendió por su oficio sino por su temeraria afición. Aún hoy, cuando alguien abandona el país o desaparece de la vida pública, los cubanos dicen que “voló como Matías Pérez”.
Adelir de Carli pretendía cumplir un vuelo de 20 horas, de seguir en el aire y con vida, lleva más de 72. Con su odisea, el sacerdote quería recaudar fondos para construir un Santuario del Camionero, un lugar de acogida para los trabajadores que día a día cruzan por su ciudad.
Agua mineral, barritas de cereales y pastillas energizantes era todo cuando cargaba el sacerdote en su extraña aeronave. De no aparecer a tiempo, llegará un punto donde los destinos de Adelir y Matías se entrecrucen. A miles de kilómetros, 152 años y 67 días después, las dos historias podrían coincidir por obra y gracia de un mal cálculo o una ráfaga de viento.
“Necesito ponerme en contacto con el personal de tierra para que me enseñen a usar el GPS. Es la única forma que tengo de informar mi latitud y altitud y sepan dónde estoy”, son hasta ahora las últimas palabras de Adelir. Barcazas, helicópteros, aviones y barcos militares lo buscan infructuosamente por mar y aire.
El 29 de junio de 1856, otro fanático de la ascensión aerostática se perdió para siempre. Matías Pérez era un exitoso fabricante de toldos que no trascendió por su oficio sino por su temeraria afición. Aún hoy, cuando alguien abandona el país o desaparece de la vida pública, los cubanos dicen que “voló como Matías Pérez”.
Adelir de Carli pretendía cumplir un vuelo de 20 horas, de seguir en el aire y con vida, lleva más de 72. Con su odisea, el sacerdote quería recaudar fondos para construir un Santuario del Camionero, un lugar de acogida para los trabajadores que día a día cruzan por su ciudad.
Agua mineral, barritas de cereales y pastillas energizantes era todo cuando cargaba el sacerdote en su extraña aeronave. De no aparecer a tiempo, llegará un punto donde los destinos de Adelir y Matías se entrecrucen. A miles de kilómetros, 152 años y 67 días después, las dos historias podrían coincidir por obra y gracia de un mal cálculo o una ráfaga de viento.
3 comentarios:
Como dijera Silvio: se va a bolina la imaginación...
Es curioso, pero en El País cuando salió la noticia también hice un comentario muy parecido al tuyo...La primera vez que leí algo sobre Matías Pérez fue en algún libro de Alvaro de la Iglesia, creo recordar.
Saramago, el novelista portugués, también le dedica algunas páginas en sus Cuadernos de Lanzarote...
Saludos.
Encontré tu blog por pura casualidad mientras navegaba en la red. Me resulto bastante interesante lo de tu interés por los trenes. De niña crecí muy cerca de un estación de ferrocarril y me encantaba que mi padre me llevara a verlos pasar. Además hallé interesante el post El encuentro de Adelir y Matías, al que pienso hacer referencia en mi blog sobre personajes cubanos. Aqui dejo mi blog por si deseas tomar un vistazo:http://personajescubanos.blogspot.com
Gracias
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