Fue la fundadora del feminismo moderno, pero muchos conocen a Simone de Beauvoir como “la mujer de Sartre”. Así fue como me la presentaron la noche en que me robé uno de sus libros. Ella, su marido y su archirival Camus, entre muchos otros, compartían aquel cuartico oscuro donde permanecían apartados los escritores proscritos por la Revolución.
No pocos estudiantes de la Escuela Nacional de Arte de La Habana solíamos escabullirnos hasta allí para darle caza a “los prohibidos”. En cada expedición robábamos todos los libros que nos cabían en las manos. De lo contrario, no habríamos sabido nada de aquella gente cuyos nombres nos dictaban con recelo y menosprecio.
Aunque Simone de Beauvoir ya tiene cien años, por sus contradicciones y apasionamientos sigue pareciendo un ser muy joven. La señal más inequívoca de su vigencia es que cada palabra suya sigue provocando innumerables polémicas. “Ser libre es querer la libertad de los demás”, dijo una vez aquella mujer común que no pudo evitar que la convirtieran en algo que detestaba: un mito.
No pocos estudiantes de la Escuela Nacional de Arte de La Habana solíamos escabullirnos hasta allí para darle caza a “los prohibidos”. En cada expedición robábamos todos los libros que nos cabían en las manos. De lo contrario, no habríamos sabido nada de aquella gente cuyos nombres nos dictaban con recelo y menosprecio.
Aunque Simone de Beauvoir ya tiene cien años, por sus contradicciones y apasionamientos sigue pareciendo un ser muy joven. La señal más inequívoca de su vigencia es que cada palabra suya sigue provocando innumerables polémicas. “Ser libre es querer la libertad de los demás”, dijo una vez aquella mujer común que no pudo evitar que la convirtieran en algo que detestaba: un mito.
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