El lunes pasado en la columna De buena tinta, que aparece en la última página de Diario Libre, se definió al Teatro Nacional como un “palacio del arte”. Con nostalgia, el autor del texto recordó los tiempos en que “no parecía que fuera una institución dominicana” y a sus salas había que asistir “con saco y corbata y zapatos y media, sin excepción”.
En el siguiente párrafo, se lamenta incluso de que ya “no se discrimina a nadie por tipo de ropa” en las puertas de ese espacio público. El hecho de que la Plaza de la Cultura esté construida con la misma aura faraónica y excluyente que Trujillo dispuso las obras de la Feria de la Paz, puede alentar criterios semejantes.
La celebración de la Feria del Libro dentro de la Plaza de la Cultura, ha sido uno de los intentos más acertados para abrir las “murallas” que flanquean a esos museos e instituciones. Con ese evento, no pocos dominicanos descubrieron por fin que esos edificios no eran “palacios”, sino espacios dedicados a su propia identidad.
Ojalá que cuando llegue el primer tren de Villa Mella al Teatro Nacional, en él vengan montados los congos y se suban de inmediato al escenario. Ojalá que entre el público haya periodistas y chicharroneros, hombres enflusados y hombres en manga de camisa, mujeres desrizadas y mujeres con pajones… Ojalá que ese día se le cante a la diversidad y no al legado uniformador de una dictadura que desapareció hace ya medio siglo.
En el siguiente párrafo, se lamenta incluso de que ya “no se discrimina a nadie por tipo de ropa” en las puertas de ese espacio público. El hecho de que la Plaza de la Cultura esté construida con la misma aura faraónica y excluyente que Trujillo dispuso las obras de la Feria de la Paz, puede alentar criterios semejantes.
La celebración de la Feria del Libro dentro de la Plaza de la Cultura, ha sido uno de los intentos más acertados para abrir las “murallas” que flanquean a esos museos e instituciones. Con ese evento, no pocos dominicanos descubrieron por fin que esos edificios no eran “palacios”, sino espacios dedicados a su propia identidad.
Ojalá que cuando llegue el primer tren de Villa Mella al Teatro Nacional, en él vengan montados los congos y se suban de inmediato al escenario. Ojalá que entre el público haya periodistas y chicharroneros, hombres enflusados y hombres en manga de camisa, mujeres desrizadas y mujeres con pajones… Ojalá que ese día se le cante a la diversidad y no al legado uniformador de una dictadura que desapareció hace ya medio siglo.
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