En 2025 escribí como nunca. Aunque hace mucho aprendí que cantidad y calidad no son sinónimos, estoy feliz con todo lo dicho sobre la pantalla que me encandilaba cada día a las cinco de la mañana. Creo que al fin logré encauzar esa manía campesina de madrugar.
Atlántida (2023), mi primera novela (algunos ponen en duda que lo sea), me tomó demasiados años, más de veinte si mal no cuento. A esta (que ya no creo que deje dudas sobre su género) apenas le dediqué cuatro meses. Sin embargo, sus personajes y su fábula estuvieron dentro de mi cabeza desde mucho tiempo atrás.
Los mudos de la montaña es un homenaje al niño que llegó a El Niño con apenas once años y todo lo que me enseñó el Escambray. Pero también es una ofrenda para todos los que perdieron o desperdiciaron sus vidas intentando ser más libres o, al menos, menos presos de la realidad.
En este libro aparecen personajes de ficción de los que me ha costado mucho trabajo despedirme. También actúan cubanos reales que quiero mucho o que admiro profundamente: Bladimir Zamora, Sigfredo Ariel, Vicente Revuelta, Tomás Gutiérrez Alea, Mario Coyula y Renay Chinea, entre otros.
En febrero será presentada en Santo Domingo y en marzo en Madrid. Para los escasos de paciencia, pronto estará disponible en Amazon. Están todos invitados a navegar conmigo por el lago Hanabanilla y a pernoctar en El Nicho, un lugar al que le debo mi pasión por las montañas, el hecho de que prefiera el arroyo de la sierra al mar.
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