30 enero 2025

Reynaldo Fernández Chávez rescata el mundo perdido de Siguanea

El valle de Siguanea antes de quedar en el fondo
del lago Hanabanilla.

Conocí a Reynaldo Fernández Chávez en Moa, justo el día que presenté la obra con la que me gradué de dirección teatral. Entonces apenas hablamos, de haberlo hecho, un lugar en común nos hubiera hecho amigos mucho antes. Él fue médico en el hospital de El Nicho, el remoto lugar del Escambray donde hice la secundaria.
Nos volvimos a encontrar en Facebook, ese otro lugar donde tantos coincidimos a diario. Ahí fue que supe que escribía un libro sobre Siguanea, el pueblo que se tragaron las aguas del lago Hanabanilla. Mi urgencia por leerlo me llevó a insistirle, casi a diario, que buscara una manera de publicarlo. Y aquí estoy, celebrando que Siguanea: la Atlántida de Cuba, ya esté disponible en Amazon
 
¿Qué impulsó a un doctor en medicina a rescatar la memoria inundada de un pueblo del Escambray cubano?
Mi primer enamoramiento con Siguanea ocurrió después de ver la puesta escena que Teatro de los Elementos hizo, en 1999, de Ten mi nombre como un sueño, una obra de Atilio Caballero. Me fascinó la historia de aquel pueblo fantasma, perdido bajo las aguas de un lago. 
La pieza recrea de forma muy dramática la huida de los pobladores ante la inminencia de que el valle acabara siendo inundado por el río Hanabanilla, dejando atrás sus pertenencias, sus recuerdos, sus muertos… 
A partir de 2008, comencé una relación muy cercana con Doraida Manrresa, la madre de mi esposa. Ella vivió allí con su esposo y dos de sus hijas hasta 1957. Sus historias sobre aquel valle casi mágico fueron sedimentando en mí la necesidad de recoger todo ese anecdotario en peligro de desaparecer también. Seis años después comencé a escribir.
 
¿Cómo lograste dar con las fuentes y con esa valiosísima documentación que, de no ser por ti, probablemente se hubiera perdido?
Después del despropio, vino el éxodo de los siguanenses hacia tierras seguras fuera del alcance del agua. Muchos desarmaron sus bohíos y los volvieron a reconstruir en las colinas que bordeaban el lago, pero la gran mayoría emigró hasta pueblos cercanos. Cumanayagua fue uno de sus destinos. 
Cuando entrevisté al primero, me llevó al segundo, de ahí al tercero y así unos a otros hasta pasar de los cien. Fue una reacción en cadena. Todos se conocían, eran como una gran familia dispersa, unidos por la necesidad de contar su historia. En periódicos y revistas de la época también logré acopiar datos importantes. 
Indagué en los archivos parroquiales de Trinidad y Cumanayagua. En los Archivos Históricos de Trinidad y Santa Clara tuve acceso a actas capitulares, sentencias de tribunales, mapas y certificaciones legales que validaban la investigación. 
Por último, Internet, con su enmarañada madeja de informaciones. Lo de las fotografías fue un hallazgo que me dejó consternado, pues los entrevistados las guardaban como tesoros valiosos. Escoger las que llevaría el libro fue muy difícil para mí.                   
 
Mucha gente desconoce el valle de Siguanea y todo lo que quedó bajo agua en él. ¿Puedes hacernos una breve descripción de la vida y la economía que había allí?
Siguanea fue un valle con varios asentamientos. El mayor de ellos le dio nombre a ese enclave intramontano. Era un lugar idílico rodeado de exuberante flora y fauna. Durante la República, fue un pueblo próspero, muy adelantado si lo comparamos con otras poblaciones de las montañas cubanas. 
La agricultura era el principal sostén económico de la región. Tuvo hacendados dueños de grandes cafetales, también arrendatarios, comerciantes menores, panaderos, herreros, boticarios, apicultores, comadronas, maestros, carboneros y desmochadores. 
Hubo fondas, hostales, escuelas, tiendas, bodegas, carnicerías, salones de baile y juegos, vallas de gallo, correo… Cuando la televisión llegó a Cuba en 1950, parecía restringida a las grandes ciudades. Sin embargo, en 1952 se instaló el primer televisor de Siguanea, tal vez fue el primero de la Isla en una zona montañosa.
 
Supe de tu expedición al lugar dónde estaba el célebre salto del Hanabanilla. ¿Qué queda de él?
El Salto del Hanabanilla fue uno de los paisajes más famosos y extraordinarios que tuvo Cuba hasta finales de 1950. Era una postal de presentación de nuestra Isla por todo el mundo y no existía un folleto de turismo que no tuviera su imagen. Fue portada de revistas y llegó a emitirse un sello postal con los afamados saltos. 
Se formaba al despeñarse el río Hanabanilla por los desfiladeros meridionales del valle, cuando bajaba hacia los llanos de Cumanayagua. Benny Moré lo inmortalizó en su canción a Cienfuegos: “Me gusta ver como baja del monte el Hanabanilla. Y cómo choca en la orilla de la roca que lo ataja”. 
Al construir la represa de la Hidroeléctrica, se detuvo el flujo natural del río, lo que conllevó la desaparición de la icónica cascada. En 2014 visité el sitio y fue muy doloroso verlo. Solo encontré un hilo de agua imperceptible, escapado de algún aliviadero de la presa, deslizándose sobre peñascos cubiertos de matorrales y musgo. 
Las piedras que una vez sirvieron para formar el abanico tan peculiar que definía el salto, son hoy un socavón de poca profundidad, donde se guarecen animales jíbaros.
 
¿Cómo lograste llevar a cabo la publicación de Siguanea: ¿La Atlántida de Cuba, qué pueden encontrar los lectores en él?
En Cuba, nunca tuve ninguna esperanza de que alguna editorial aprobara su publicación. Aunque el libro no es un texto político, aborda la historia del lugar sin los ribetes ideológicos que suelen exigir las editoriales oficiales para ese tipo de materiales. 
Después de la publicación de tu Atlántida en Amazon, sentí que la auto publicación podía ser el camino. En eso estoy en deuda contigo. Fue muy valiosa para mí toda la información que me diste sobre el tema. Otro gran amigo hizo el trabajo de maquetación. 
En Siguanea: la Atlántida de Cuba, los lectores encontrarán la historia de un pueblo rural cubano, aun bajo las aguas de un lago, se mantiene vivo en la memoria de sus últimos sobrevivientes, quienes nunca han llegado a abandonarlo del todo, siguen perteneciendo a él, vuelven a habitarlo a través de su memoria. Contribuir a que eso no se pierda, fue lo que me hizo dedicarle tanto tiempo y pasión.

El autor entrevista a los sobrevivientes de Siguanea.

Navegando por las aguas que cubren a Siguanea.

Lo que queda del mítico
Salto del Hanabanilla.

23 enero 2025

Como en aquel cuadro de Magritte


No hay nada que explicar
del poema que se hizo
para que no pudiera
ser descifrado.
Como en aquel cuadro
de Magritte,
ese donde los amantes
se besan
con los rostros cubiertos, 
tratando de probarse
a sí mismos
que no les gusta
lo que hacen,
que no tendrán
necesidad de repetirlo,
porque el sabor de los paños
impedirá que recuerden
lo que ninguno de los dos
se atrevería a olvidar.
 
No hay nada que explicar 
del poema,
salvo 
para los que se han dado
el beso
y se despiden 
sin descubrirse,
porque de ahí en adelante
sus ojos podrían delatarlos, 
sería muy fácil descifrar
lo que esconden.

La bailarina descalza


Nunca había reparado tanto
en las bailarinas de Degas.
Ni siquiera porque mi madre
reprodujo a una de ellas
en la Escuela del Hogar
y estuvo colgada
en el comedor de mi infancia
por años.
Tampoco me fijé demasiado
en las que fui encontrando
a través de los años,
en las paredes y los escenarios 
menos esperados.
 
Hasta que apareció ella,
descalza,
con las manos ocupadas
por la vida cotidiana
y un antiguo dolor
en los ojos.
No bailó,
sólo abrió una puerta
de cristal
con una pierna
mientras alardeaba
de su equilibrio
con la otra.
Fue todo lo que hizo.
 
Ahora paso todos los días
por la clase de danza
del maestro Jules Perrot,
pero nunca está.
Todas tienen zapatillas
en el cuadro de Degas,
incluso las más borrosas
del fondo.
He llegado a pensar 
que estoy confundido,
que no fue en ese lienzo
donde nos vimos.
Aun así, regreso por ella,
no pierdo la esperanza
de que aparezca
de pronto,
descalza,
y abra puerta
de cristal
con una pierna
mientras alardea
de su equilibrio
con la otra.

17 enero 2025

La vuelta a Cuba


En 2011, pocos días después de que Diana y yo nos conocimos, nos fuimos a darle la vuelta a Cuba. Le mostré mi Habana y mi Paradero de Camarones (aunque mi casa ya tenía un candado en la puerta y no pude mostrársela por dentro).
Luego también reconocimos mi Manicaragua, Hanabanilla, El Nicho, Cumanayagua, Cienfuegos y Santa Clara. Su Santiago de Cuba y El Cristo, el pueblo donde se quedó su infancia. Catorce años después, nos hemos dado cuenta de que aquel no fue un viaje de regreso sino una despedida.
La inmensa mayoría de los sitios que visitamos y las personas con las que nos vimos ya no están. Eso hace que los textos escritos entonces mantengan su vigencia y tengan un nuevo sentido. Ahora sólo se puede repetir ese viaje a través de las palabras.

05 enero 2025

Fasten seat belt!


En unos pocos días estará disponible en todas las tiendas de Amazon una edición revisada de los poemarios Itinerario (2002) y Afuera (2007). Vistos desde 2025, esos dos libros resumen al Camilo que se fue y al que sobrevino después, una vez que República Dominicana, con mucho trabajo y no pocos contratiempos, lo enseñó a ser un hombre libre. Fasten seat belt!