17 noviembre 2024

Bebiendo a pico de botella con El Rubio


Diana necesitaba algunas cosas en la cocina y me pidió que bajara al colmado de Juana Iris (el más cercano que tenemos en la Loma de Thoreau). Al llegar a la entrada de Quintas del Bosque, el custodio me hizo señas para que me detuviera. “El Rubio me tiró por la planta —me dijo—, dice que lo espere aquí”.
Apagué el buggie y me puse a escuchar el murmullo del Yaque del Norte, que pasa unos metros más abajo. Pocos minutos después apareció El Rubio en su camioneta. Antes de que el vehículo se detuviera del todo, me extendió una botella de Brugal Doble Reserva.
—¡Mi hermano cubano! —exclamó, mientras me convidaba a un trago.
El Rubio nació y se crio en La Lomita, una pequeña comunidad que está al final del camino que lleva a la Loma de Thoreau. La montaña, el béisbol y el ron nos hermanaron. Hubo un tiempo que nos juntábamos todos los fines de semana a jugar pelota. Yo me hacía cargo del center field y él de los batazos decisivos.
Hace unos años, en la víspera de la llegada de Renay Chinea, lo llamé para pedirle un favor. “Rubio, me llega un querido amigo cubano que quiere montar a caballo —le dije—. ¿Sabes quién me puede alquilar uno?”. “Si ese hombre es amigo suyo —concluyó—. es también mi amigo. Dígame el día y les traigo mi paso fino”.
Luego supe que él no permitía que ni sus hijos montaran en ese caballo. Hoy, mientras bebíamos a pico de botella, acordamos reunirnos en su casa para que “la doña” (su esposa) nos hiciera un sancocho. Un hermano de Alito que iba pasando se detuvo y, después de darse un buche, me dio dos duras palmadas.
—¡Don Camilo —le dijo a los demás—, el hombre que más ha sembrado en esta loma!
El tratamiento de don es, entre dominicanos, una señal de respeto con los hombres que pasan de los cincuenta. Pero, lo admito, el reconocimiento de sembrador me conmovió. En un abrir y cerrar de ojos se sumaron al coro dos más que pasaban a caballo. Nos despedimos con abrazos y un último trago. 
Seguí feliz mi camino. Agradeciéndole a Jarabacoa que me devolviera una de las cosas que perdí con el Paradero de Camarones: los buches a pico de botella, esa hermandad que producen la tierra, el béisbol y el ron. Entonces los rostros de aquellos viejos amigos, caídos o aún en pie, empezaron a desfilar por mi cabeza.

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