En una de nuestras caminatas por el madrileño Paseo de los Melancólicos, Diana cortó una pequeña rama de hiedra para ponerla en una jarra con agua. Su intención era adornar una salón que, en aquel momento, estaba totalmente desnudo.
Cuando llegó el día de volver a Santo Domingo, nos dimos cuenta de que había empezado a echar raíces. No nos atrevimos a abandonar. La envolvimos en plástico y la echamos en una de las maletas.
Ya se comenzado a escalar por uno de los encaches de la Loma de Thoreau. Todas esas piedras serán suyas en un futuro y, parafraseando la canción, sus raíces de nuestros sueños no podrán separarse jamás.
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