Ella es mi locomotora, mi tren, con quien comparto todos mis viajes (ya sean de ida, de vuelta, en círculos o sin moverme del lugar). Es en quien primero pienso cuando se necesita un milagro y a quien primero abrazo si algo me sale bien (cada vez que logro ser un tilín mejor se debe a ella).
Dice que siempre me estuvo buscando y que, por culpa de lo distraído que soy, tardé 44 años en encontrarla. Desde entonces soy suyo. Sin ella, me bajaría en la próxima estación. Porque el verdadero sentido de mi viaje es compartirlo con esos ojos que siempre me encandilan.
Cuando no estamos juntos le echo de menos hasta sus regaños. Creo que no hay mayor prueba de que sigo enamorado de todas sus cosas (para decirlo como en esa canción de Calamaro que tanto nos gusta y que nos siguió a todas partes en las primeras semanas de nuestro noviazgo).
Aunque para mí todos los días son este día, no puedo pasarlo por alto: ¡Felicidades, mi amor!
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