A Renay Chinea
El 1 de agosto de 1999,
Ángel Casariego
bajó los 168 metros
que hay desde
lo alto
del promontorio
hasta el mar.
Quería saber
cómo se veía
el faro
sin nadie
adentro.
La luz
más solitaria
del mundo
le pasó
por encima
y se expandió
sobre la piel
del Mediterráneo.
Ese día,
el último farero
de Sant Sebastià
dejó
a los navegantes
en manos
de un logaritmo.
Ya no hacía falta
que vigilara
la lámpara
de 3.000 watts
ni el destello
que cruza la línea
del horizonte
cada cinco segundos.
Ángel Casariego,
el último de su especie,
ahora es un barco
perdido
en las calles
de Palafrugell.
Sus ojos fatigados
no encuentran
una señal
que los guíe.
Todo empezó
el 1 de agosto de 1999,
cuando bajó
los 168 metros
que hay desde
lo alto
del promontorio
hasta el mar.
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