Mis abuelos Atlántida Mosteiro Góngora (1914-1995) y Aurelio Yero Alonso (1908-1987) |
Mi
madre ya no recuerda el día de 1974 en que me llevó a la estación de
ferrocarril del Paradero de Camarones para que mi abuelos me cuidaran. Yo
tampoco lo recuerdo, pero gracias a esa fecha imprecisa soy como soy. Nadie
influyó tanto en el Camilo Venegas que acabé resultando como Aurelio Yero.
Lo
mejor de mí (y a veces, según Diana Sarlabous, también lo peor), se lo debo a todo
lo que me inculcó aquel anciano, campesino y ferroviario, enamorado y ateo. Cada
vez que yo iba a salir de la casa, aun
cuando fuera a buscar el pan a la bodega, me hacía una advertencia: “¡Mucho
fundamento!”.
Era
su manera de asegurarse de que pondría en práctica todo lo que me había
enseñado. Vivíamos al lado de la oficina donde él daba vías, vendía boletos y
despachaba paquetes. Desde el andén de mi casa se veía la modesta iglesia del
pueblo, una tambaleante armazón de madera que solo abría los domingos.
Los
oxidados campanazos coincidían siempre con el momento en que Armando Calderón
le daba los buenos días a los amiguitos, papaítos y abuelitos. Mientras él y yo
veíamos La comedia silente, el cura
de Cruces administraba los pecados, las culpas y los perdones de mi pueblo.
Una
mañana, en que el vozarrón del sacerdote se oyó con claridad en la sala de
nuestra casa, me atreví a preguntarle por qué no creía. “¡Yo si creo! —me
respondió sin quitar la vista del televisor, donde Charles Chaplin se
enfrentaba a Matasiete en La calle de la
paz— creo en tu abuela Atlántida, ella es mi religión”.
Mi tía Helemenia, que era muy católica, nunca
pudo explicarse cómo mi abuelo podía vivir sin creer. “¿Y qué va a pasar
contigo cuando te mueras?”, le preguntó muchísimas veces. “Ná, me convertiré en
abono”, fue su respuesta siempre.
A veces, cuando camino por la Loma de Thoreau y disfruto de las aves y el viento de la Cordillera sobre los pinos, pienso en el día en que yo también me convierta en abono, mas abono enamorado.
A veces, cuando camino por la Loma de Thoreau y disfruto de las aves y el viento de la Cordillera sobre los pinos, pienso en el día en que yo también me convierta en abono, mas abono enamorado.
La Loma de Thoreau. |
1 comentario:
bonita cronica, mira esto
http://www.lavanguardia.com/vida/20150302/54427792124/capsulas-humanas-cementerios.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=facebook&utm_medium=social
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