Muchas veces he dicho, de muchas maneras, lo feliz que soy compartiendo la
vida (y espero que sea todo lo que me quede de ella) con Diana Sarlabous.
Nuestros más cercanos amigos saben que no ha sido nada fácil, por muchas
razones y circunstancias, pero el saldo final sobrepasa con creces lo que uno
puede esperar de una pareja.
Una de las cosas que más me gusta de nosotros (dicho así, al estilo de
Pedro Flores, pero por motivos totalmente distintos), es que siempre nos
estamos enseñando y siempre nos estamos aprendiendo. Una prueba de ello fue el
viernes pasado. Recibí una invitación a algo que me entusiasmó y, cuando la
compartí con ella, recibí un escueto: “No somos políticos, no hacemos nada ahí”.
No dijimos nada más sobre el tema. Simplemente pasamos al próximo capítulo,
que consistió en levantarnos a la 5 de la mañana del sábado y tomar las rutas dominicanas rumbo al Cibao. Subimos hasta el Santo Cerro, donde dicen las buenas lenguas
que Cristóbal Colón plantó una cruz hecha con madera de níspero.
Luego compramos dos palmas washingtonia y un ciprés para seguir
reforestando el pedacito de tierra donde queremos vivir nuestra vejez. Justo
allá arriba, leí un post de Andrés Calamaro sobre David Bowie donde el Salmón
recordaba su vida de cuarenta o cincuenta años al servicio de la imaginación,
la libertad y la inteligencia.
Entonces le di la razón por enésima vez a Diana. Se lo traté de decir con un beso en la frente, pero ella no me entendió y tuve que explicarme mejor: “Tú tienes razón, mi amor, cuando uno quiere hacer trabajo voluntario a favor de la imaginación y la libertad no se puede meter en política”.
Entonces le di la razón por enésima vez a Diana. Se lo traté de decir con un beso en la frente, pero ella no me entendió y tuve que explicarme mejor: “Tú tienes razón, mi amor, cuando uno quiere hacer trabajo voluntario a favor de la imaginación y la libertad no se puede meter en política”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario