(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Nos
levantamos a las cinco de la mañana. Todavía era de noche. Sobre Santo Domingo
flotaba un silencio enorme, del mismo tamaño que la niebla que lo cubría. Cuando
alcanzamos la Autopista Duarte, todo estaba abrigado por un manto borroso,
apenas se distinguían las luces amarillas de los vehículos.
Nos
rompió el día entre Bonao y La Vega. De pronto, cuando comenzamos a subir la
cuesta de Bayacanes, una resplandeciente mañana de enero se instauró en el
viernes. Fue bajo esas condiciones que torcimos por un estrecho camino en dirección
al lugar donde pasaríamos el fin de semana.
Diana,
que se había pasado toda la semana uniendo los retazos de un patchwork, me
pidió que nos detuviéramos en medio de un potrero vacío. Hacía frío, de manera
que se cubrió con su manta para caminar por la hierba empapada. Permaneció
callada por mucho tiempo. Al sumar mi silencio al de ella, pudimos oír hasta el
vuelo de los insectos.
—Recuerda
siempre esto —me pidió—. Así de sencilla es la felicidad.
Me
pasé todo el fin de semana leyendo “El fin del Homo sovieticus”, el libro donde
Svetlana Aleksiévich deja un invaluable testimonio sobre esa desproporcionada
tragedia que fue la Unión Soviética y sus terribles consecuencias en varias
generaciones. Luego, continué con “Esto no es un diario”, de Zygmunt Bauman.
Sin
proponérmelo, salté de la asfixia inmóvil del socialismo real (experiencia que
me tocó vivir durante 33 años en Cuba) al desconcierto de la modernidad líquida,
que es como Bauman llama al mundo incontenible e impredecible que vivimos hoy.
Después
de hablar mucho sobre ambas experiencias, Diana y yo acordamos que en 2016
saldríamos en busca de la sencillez perdida. Llegamos a esa conclusión después
de oír a Bauman señalar que, los que hoy andan por los 30 o los 40 años, no
tienen ni idea de lo que va a pasar con ellos cuando lleguen a los 60 o los 70.
“La
planificación del futuro desafía nuestros hábitos y costumbres, las capacidades
que aprendimos para superar los escollos del camino. Por eso la impresión
general, día tras día, permanentemente, es que estamos en una encrucijada. Hay
muchos caminos hacia diferentes direcciones y no sabemos muy bien qué senderos
transitamos”, advierte el autor de “Modernidad líquida”.
En
las más de 600 páginas de su libro, Svetlana Aleksiévich habla constantemente
con gente que se queja de todas las carencias que vivieron, de la infelicidad y
la angustia que les producía no tener acceso al más mínimo placer. Cuando se
refiere a los tiempos en que vivimos hoy, Zygmunt Bauman nos advierte del
“síndrome de la impaciencia”, un estado de ánimo que considera como abominable
el gasto del tiempo.
El
consumismo característico de estos tiempos, según él, no se define por la
acumulación de las cosas, sino por el breve goce de éstas. Por eso, cuando ya
nos íbamos, le pedí prestada la manta a Diana y la colgué sobre la cerca de
alambres de púas.
Quería quedarme con ese instante para siempre,
asegurarme de no perderlo. Tampoco nosotros sabemos qué será de nuestras vidas
dentro de 10 ó 20 años, pero ya estamos seguros de lo que no será. Esperaremos
por el futuro de la manera más simple posible.
Diana y su manta de patchword junto a Serafín, nuestro Jeep, en el potrero de Buenavista, Jarabacoa, donde nos detuvimos. |
1 comentario:
Una decisión que todo deberíamos tomar sin demora: "Esperar el future de la manera más simple possible".
Más que hermoso, este es un necesario artículo. Lo leí dos veces y ahora voy a copiarlo ( con tu permiso) y a compartirlo como estampita de buenas nuevas a toda la gente que aprecio y a la que no.
Abrazos para ti y para Diana.
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