En
los primeros meses de 1959, cuando la revolución encabezada por Fidel Castro
trataba de tomar el control absolutoen Cuba, se destruyeron los símbolos más
visibles que había dejado la República. Comenzaron por las máquinas
tragamonedas y siguieron por las estatuas.
La
Avenida de los Presidentes, una rambla que desciende por todo El Vedado hasta
desembocar en el mar, fue una de las principales víctimas de esa euforia
revolucionaria. Todas y cada una de las estatuas que se habían sembrado allí a
lo largo de 50 años fueron derribadas.
La
de Tomás Estrada Palma (quien sustituyó a José Martí como Delegado del Partido
Revolucionario Cubano y luego se convirtió en el primer Presidente de la
República) tuvo un final tragicómico. Cuando lograron tumbar al hombrecito de
bronce, sus zapatos se quedaron asidos al mármol.
Durante
medio siglo, los zapatos de Estrada Palma han permanecido allí. Si la estatua
entera encarnaba un símbolo, su calzado es aún hoy una metáfora. Mientras las
hordas derribaban los símbolos del pasado cubano; en la fortaleza de la Cabaña,
un argentino se hacía cargo de los que lo habían defendido.
Según
se ha podido documentar, Ernesto Guevara fusiló a 167 cubanos en apenas 3 años.
15 en la Sierra Maestra (entre 1957 y 1958), 17 en Santa Clara (del 1 al 3 de enero de
1959) y 135 en la fortaleza de la Cabaña. Sin embargo, varias estatuas le
rinden homenaje por toda la isla, sobre todo en la ciudad que posee la isla en
el centro. Allí, es un inmenso mausoleo, dicen que descansan sus restos.
En
Venezuela, donde tratan de replicar un régimen similar al de Cuba, acaban de
derribar una estatua de Che. Esta vez no fue una horda enardecida sino algún
contrabandista de metales. Ya deben haber fundido el cuerpo del Comandante,
pero sus botas, como los zapatos de Estrada Palma, se quedaron firmes sobre el
pedestal.
Ambos actos se parecen mucho. Además del hecho
tragicómico que encierran, representan la lucha del presente contra el pasado. Tanto
en Venezuela como en Cuba, el primero derribó al segundo.