A Mario Dávalos,
un amigo de la infancia que conocí en la vejez.
Yo
tenía 8 años. Lo sé porque recuerdo muy bien que estaba en las vacaciones de cuarto
grado. Laika, mi primera perra, era todavía una cachorrita. Cuando salía de la
escuela, me iba con ella por el triángulo del ramal Cumanayagua. A esa
hora ya no pasaban trenes por allí.
Un
día Laika siguió un errático rastro entre la hierba. Al final dio con un nido. Dos días después
descubrimos a los propietarios. Eran una pareja de tomeguines de la tierra. En
el Paradero de Camarones había varios coleccionistas de tomeguines. Construían
las más sofisticadas trampas para atraparlos.
Un
hijo de Cheo Ortega tenía una jaula de seis pisos con más de siete trampas. Un
cundiamor era todo lo que se necesitaba para que los tomeguines sucumbieran a
la tentación y acabaran atrapados. La mayoría moría de tristeza, pero unos
pocos acababan adaptándose a la prisión.
Ya
en ese momento, mi abuelo había logrado convencerme de que nunca tuviera un ave
encerrada en una jaula. Por eso no le conté ni a mis mejores amigos del hallazgo.
El Chiqui, Norberto, Alexis y Gabi no se enteraron que detrás de la pila de
traviesas, en la cerca del potrero de Felo López, había un nido de tomeguines.
Tengo
45 años y otra perra que se llama Laika. Todos los días camino con ella hasta
el final de una calle de Santo Domingo. Nos detenemos justo en una casa
abandonada donde ha crecido la hierba. Hace unos días Laika descubrió un nido
de cigüitas de hierba, que es como los dominicanos le dicen a los tomeguines.
A mi
hermano Mario Dávalos, que hace fotos de aves por todo el mundo, le pedí una
imagen para ilustrar el post. Me envió esta hembra de tiaris olivácea, que es
el nombre científico del tomeguín de la tierra. La “capturó” en una montaña de
Jarabacoa.
Ayer
encubrí mejor el nido con una yagua. Todas las madrugadas, Laika y yo nos
encontramos con la pareja de tomeguines, que canta desde lo alto de un árbol
seco. Con un poco de suerte, los pichones aprenderán a volar antes de que
demuelan la casa.
Si
no, me las ingeniaré para salvar el nido. Será mi homenaje al niño aquel, que
supo guardar hasta el final uno de los secretos más grandes de su infancia. Luego cayó en la
trampa del adulto que soy, y desde entonces vive encerrado en mi cuerpo viejo y
adolorido.
7 comentarios:
Me encanta Camilo... cuánta sensibilidad !! Eres un privilegiado !!! la sensibilidad desarrollada desde tu infancia , diríamos que del campesino, que aprenden desde que nacen a amar la naturaleza y a experiementar el goce y el placer de la naturaleza !!! eso es único, Después tu inteligencia y tu capacidad de adaptarte también a la vida urbana.. Magistral esta reflexión... !!! cariños a todos !!!!
Eres el guajiro más habanero que conozco y viceversa, porque escribes con el swing de las ciudades, sin la guajirá esa de otros escritores del campo como Onelio y comparsa. Tu prosa, Camilo, es un lujo.
QUE LINDOOOOOOOOO, ERES ADORABLE GUAJIRITO.....
Hermoso!
Gracias por compartirlo.
hermoso, sensible, cubanisimo, lo comparto en mi facebook.
Grande Venegas siempre te leo.
Muchos niños,quizás por su inocencia, cometen actos crueles contra las aves y otros animalitos. Nosotros, la mayoría de los niños campesinos, usábamos cazar pajaritos con nuestros tirapiedras o atraparlos en trampas que llamábamos "reguiletes". Lo hacíamos a escondida de nuestros padres y eso lo hacía mas emocionante, pues lo prohibido siempre tuvo matices de aventura. Tardó una eternidad para que nos diéramos cuenta cuan cruel éramos matando a esas bellas criaturas que solo alegran nuestras vidas.
Gracias Camilo!! Siempre termino con un nudo en la garganta!!!! Un abrazo a ese niño eterno que tienes dentro!!!!
Publicar un comentario