15 julio 2013

Tomeguín de la tierra


A Mario Dávalos,
un amigo de la infancia que conocí en la vejez.

Yo tenía 8 años. Lo sé porque recuerdo muy bien que estaba en las vacaciones de cuarto grado. Laika, mi primera perra, era todavía una cachorrita. Cuando salía de la escuela, me iba con ella por el triángulo del ramal Cumanayagua. A esa hora ya no pasaban trenes por allí.
Un día Laika siguió un errático rastro entre la hierba.  Al final dio con un nido. Dos días después descubrimos a los propietarios. Eran una pareja de tomeguines de la tierra. En el Paradero de Camarones había varios coleccionistas de tomeguines. Construían las más sofisticadas trampas para atraparlos.
Un hijo de Cheo Ortega tenía una jaula de seis pisos con más de siete trampas. Un cundiamor era todo lo que se necesitaba para que los tomeguines sucumbieran a la tentación y acabaran atrapados. La mayoría moría de tristeza, pero unos pocos acababan adaptándose a la prisión.
Ya en ese momento, mi abuelo había logrado convencerme de que nunca tuviera un ave encerrada en una jaula. Por eso no le conté ni a mis mejores amigos del hallazgo. El Chiqui, Norberto, Alexis y Gabi no se enteraron que detrás de la pila de traviesas, en la cerca del potrero de Felo López, había un nido de tomeguines.
Tengo 45 años y otra perra que se llama Laika. Todos los días camino con ella hasta el final de una calle de Santo Domingo. Nos detenemos justo en una casa abandonada donde ha crecido la hierba. Hace unos días Laika descubrió un nido de cigüitas de hierba, que es como los dominicanos le dicen a los tomeguines.
A mi hermano Mario Dávalos, que hace fotos de aves por todo el mundo, le pedí una imagen para ilustrar el post. Me envió esta hembra de tiaris olivácea, que es el nombre científico del tomeguín de la tierra. La “capturó” en una montaña de Jarabacoa.
Ayer encubrí mejor el nido con una yagua. Todas las madrugadas, Laika y yo nos encontramos con la pareja de tomeguines, que canta desde lo alto de un árbol seco. Con un poco de suerte, los pichones aprenderán a volar antes de que demuelan la casa.
Si no, me las ingeniaré para salvar el nido. Será mi homenaje al niño aquel, que supo guardar hasta el final uno de los secretos más grandes de su infancia. Luego cayó en la trampa del adulto que soy, y desde entonces vive encerrado en mi cuerpo viejo y adolorido.

7 comentarios:

Maria Antonieta Urquiza Alonso dijo...

Me encanta Camilo... cuánta sensibilidad !! Eres un privilegiado !!! la sensibilidad desarrollada desde tu infancia , diríamos que del campesino, que aprenden desde que nacen a amar la naturaleza y a experiementar el goce y el placer de la naturaleza !!! eso es único, Después tu inteligencia y tu capacidad de adaptarte también a la vida urbana.. Magistral esta reflexión... !!! cariños a todos !!!!

TANIA (La Guerrillera de Alamar) dijo...

Eres el guajiro más habanero que conozco y viceversa, porque escribes con el swing de las ciudades, sin la guajirá esa de otros escritores del campo como Onelio y comparsa. Tu prosa, Camilo, es un lujo.

Anónimo dijo...

QUE LINDOOOOOOOOO, ERES ADORABLE GUAJIRITO.....

Liza Arceno dijo...

Hermoso!
Gracias por compartirlo.

Carlos Manuel Proenza dijo...

hermoso, sensible, cubanisimo, lo comparto en mi facebook.
Grande Venegas siempre te leo.

Santiago25 dijo...

Muchos niños,quizás por su inocencia, cometen actos crueles contra las aves y otros animalitos. Nosotros, la mayoría de los niños campesinos, usábamos cazar pajaritos con nuestros tirapiedras o atraparlos en trampas que llamábamos "reguiletes". Lo hacíamos a escondida de nuestros padres y eso lo hacía mas emocionante, pues lo prohibido siempre tuvo matices de aventura. Tardó una eternidad para que nos diéramos cuenta cuan cruel éramos matando a esas bellas criaturas que solo alegran nuestras vidas.

El Jose dijo...

Gracias Camilo!! Siempre termino con un nudo en la garganta!!!! Un abrazo a ese niño eterno que tienes dentro!!!!