Vivimos
en una época donde los ídolos ascienden con la misma facilidad que se derrumban
o se olvidan. Una muchacha totalmente desconocida, pudo llegar a convertirse en
una celebridad por los votos que recibió a través de mini mensajes. En un abrir
y cerrar de ojos, paso de un anonimato casi marginal a una celebridad que no
tuvo tiempo de digerir.
Con
una facilidad pasmosa ahora cualquiera se gana el título de héroe nacional. Para
lograrlo, algunos hacen el esfuerzo de nadar kilómetros y kilómetros a lo largo
de la costa. A otros, en cambio, les basta con dar una muestra de honradez. Se
trata de algo tan poco común en estos días, que se valora como un acto sobrehumano.
Muchos
líderes políticos han fabricado su caudillismo con acciones populistas y
consignas huecas. Hace unos meses murió el presidente de un país. Nunca fue una
guerra. El único combate que libró en su vida lo perdió a los pocos minutos de
haber disparado el primer tiro (si es que tuvo tiempo de hacerlo).
Pero
después de contar el número de mandatarios que asistieron a su funeral, alguien
dijo que se trataba de un prócer. Conmovido, su sucesor aseguró que le había
hablado a través de un pajarito. Hicieron el intento, incluso, de momificarle.
Su nombre ahora se conjuga, como si fuera un verbo, con toda clase de
rimbombancias.
¿Tan
necesitados estamos de ídolos? ¿Tanta falta nos hace tener a gente a la que
adorar y venerar? El Dalai Lama escribió una vez que no pasaba un día sin que
le presentaran líderes espirituales, monarcas, premios Nobel, mandatarios y
celebridades de toda clase. La mayoría de las veces, dijo, la reputación que
les antecede es exagerada.
“Cada
vez que me encuentro con ellos, descubro que las personas no son tan grandes
como su reputación. Preparando mi encuentro con Nelson Mandela, descubrí que su
reputación era, de hecho, la más grande del mundo. No hay nadie más grande que
él vivo en el Planeta en este momento”, aseguró.
Su
nombre verdadero es Rolihlahla Dalibhunga Mandela. Su profesora, una misionera
británica, lo rebautizó como Nelson. Pero su gente le llama Madiba, que es el
nombre del clan en el que nació, el 18 de julio de 1918. Durante más de 27 años
su rostro permaneció inmutable, sin que envejeciera ninguno de sus rasgos.
El
día que por fin salió de la prisión racista de Robben Island, el 11 de febrero
de 1990, el ícono resultó irreconocible. El líder temerario, aquel joven
iracundo que desafió a uno de los regímenes más abominables que ha engendrado la
especie humana, se había convertido en un anciano que sonreía sabiamente.
En
el momento en que fue liberado, en el mundo se estaban produciendo enormes
cambios. Las dictaduras socialistas de Europa se derrumbaban. Algunos,
ingenuamente, llegaron a pensar que se trataba del fin de la historia. Aunque
era comprensible que Mandela tratara de vengarse de sus verdugos, no lo hizo.
En lugar de mandar a buscar culpas, propuso encontrar soluciones.
Gracias
a eso, en Sudáfrica comenzaron a cicatrizar las heridas del Apartheid y se
empezó a construir una nueva sociedad, tolerante, incluyente, con oportunidades
para todos. Cuando se convirtió en el presidente del país, muchos creyeron que
trataría de perpetuarse en el poder. Algunos, incluso, justificaron esa
posibilidad con su hoja de servicio a la patria.
Pero
cuando se cumplió su período, Madiba, aquel muchacho que más de una vez tuvo
miedo, que en una ocasión robó un rebaño y en otra mintió, pidió que le
permitieran retirarse. Con el mismo énfasis que exigió una vez que no ocultaran
los puntos negros de su vida, reclamó el derecho que tenían las nuevas
generaciones de tomar las riendas del país.
“No
me llamen, ya les llamo yo —dijo—. Quiero jubilarme de la jubilación”.
Ojalá
que Nelson Mandela en el futuro sea algo más que el nombre de una calle, una
estatua en un parque o un busto en una escuela. En una época donde los ídolos
ascienden con la misma facilidad que se derrumban o se olvidan, sus lecciones
serán siempre imperecederas.
En
la era donde los ídolos se construyen con mini mensajes, él fue un héroe que
nunca se creyó imprescindible, insustituible, inmortal. Justo eso hace eterno a
Madiba.
3 comentarios:
Estas letras son un monumento a la grandeza de Madiba; único héroe a quien reconozco y rindo honores en este mundo. Gracias mi hermano; has puesto en palabras lo que siento, pero con mas claridad de lo que habría podido expresar yo mismo!!!
me gusta como escribe. poesía pura.
Camilito: Estuve ayer comiendo con Folgueira: te mandamos amor y recuerdo. Lindo lo que escribes de Mandela Madiba: bello. Manchado, tal vez, por la otra figura lamentable: el gris verdeolivo de Chávez: "Nunca fue a una guerra. Él fue la GUERRA." Y todo por el poder. Vaya dinosaurios tenemos. Cariños. Lemis
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