El tren de Cienfuegos a Santa Clara era el más esperado por los
viajeros del Paradero de Camarones. Pasaba dos veces al día en cada dirección.
A las 5 a.m. y a las 2 p.m. hacia Santa Clara. A las 11 a.m. y a las 7 p.m.
hacia Cienfuegos. Su formación era sencilla: una locomotora, una casilla de expreso
y dos vagones de pasajeros.
La locomotora era una TEM 4, una copia descarada que hicieron los
soviéticos de la ALCO RSD1 norteamericana. El expreso, donde iban los equipajes
y las latas con las películas para los cines municipales, era una antigua
casilla de carga. En el taller de vagones de Cruces le habían puesto un
escritorio, dos bombillas de 100 watts y una ventanita para el correo.
Los vagones de pasajeros también eran un “invento cubano”. Los
armaban en el taller de Caibarién con dos autobuses General Motors y una
plancha de ferrocarril. Les dejaban dos puertas en el centro y les ponían un
inodoro en uno de los extremos. Escambray, así le pusieron a la extraña guagua
con ruedas de hierro.
Recorriendo las entradas de Cuba Material, un blog donde María Antonia Cabrera Arús reconstruye la
antropología de las generaciones que crecimos en Cuba a base de imitaciones y
limitaciones, recordé al viejo tren de Cienfuegos a Santa Clara. Solía llegar
puntual. Era una época en que el tiempo todavía era importante en mi país. Aún
no habíamos dado al futuro por perdido.
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