Siempre me he entendido mejor con los sonidos que con las ideas. A pesar de mis orejas cuadradas y de mi absoluta incapacidad para comprender la música como quisiera, el simple llanto de una guitarra me conmueve mucho más que la más trascendental catarsis literaria.
Entre todos los sonidos, incluyendo el pitazo de los trenes de mi infancia, prefiero los del jazz y el blues. Aunque Bladimir Zamora y Sigfredo Ariel me regañen por eso, nunca he encontrado en la música cubana algo tan rotundo como un solo de B.B. King. Si acaso, el sax exiliado de Paquito D’Rivera.
Cuando Julio Verne y Mark Twain se despidieron de mí (corrían los años ochenta del siglo pasado), Sherwood Anderson, Erskine Callweld y William Faulkner me abrieron los brazos. Tratando de encontrarle una respuesta a todos los silencios que planteaban sus páginas, di con los soplidos de Louis Armstrong y Charlie Parker.
A partir de ese momento comencé a mirar la geografía que me rodeaba de una manera diferente. De ahí que todos aquellos cañaverales se me trocaran a veces en inmensos campos del algodón. The Allman Brother Band apareció en ese época y desde entonces me acompaña.
No sé nada de música, pero si en lugar de golpear las letras del teclado supiera tocar algún instrumento, sonaría como uno de los suyos. Siempre que los oigo y los vuelvo a oír llego a la misma conclusión.
No sé nada de música, pero si en lugar de golpear las letras del teclado supiera tocar algún instrumento, sonaría como uno de los suyos. Siempre que los oigo y los vuelvo a oír llego a la misma conclusión.
1 comentario:
Me sorprendes con tus gustos musicales, no pareces un guajiro, pero para nada.
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