El mediodía es una segunda noche. Ese sigilo que se dispersa a las doce en punto, es un reflejo de la penumbra que produce el exceso de luz. A esa hora no se escucha nada. Las canciones se le olvidan a la gente, los ruidos de la casa pierden su eco y los trenes avanzan sobre el día anterior o por la tarde que les espera unos pueblos más adelante. El mediodía es una segunda noche, el único momento en que podemos ver dentro de lo más oscuro. Sólo hay que abrir los ojos y mirar bien lo que hay en ese silencio que lo cubre todo.
II. Oscurecer
Todas las tarde atravieso al oscurecer en dirección este-oeste. Persigo, por unas escasas cuadras, a la luz que cae sobre las torres. Antiguamente, dos o tres décadas atrás, ese fenómeno sólo sucedía en el traspatio de Merceditas, justo encima de unas matas de mangos ahogada en cundiamor. Antes esa milésima de segundo en que la luz deja de ser luz me paraban en seco, me impedía hacer cualquier otra cosa que no fuera cruzarme de brazos a contemplar. Ahora, cuando se avanzo en dirección este-oeste, no puedo perder el más mínimo tiempo. Las luces de la ciudad me empujan con sus manos agilísimas. Es lo lógico, en un tumulto así, no se justifica hacer un alto para desear lo indeseable.
3 comentarios:
Touche, I love it.
No seas necio...para bien o para mal siempre la pones.
Camilo, ¡qué curioso! Un día escribí, por allá por los `70, algo que decía así:
"La siesta pueblerina hace en un mismo día, dos fechas separadas por un mosquitero...."
Fíjate, son ideas bien cercanas...Un abrazo,
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