Mi gran pasión por el béisbol comenzó el día que mi abuelo Aurelio me llevó por primera vez al estadio de Cienfuegos. Puedo reconstruir esa lejana noche de los años setenta minuto a minuto. Las tres cosas que más me impactaron fueron el color de los uniformes (hasta entonces sólo los había visto en blanco y negro, tanto en la televisión como en los periódicos), la extensión de la hierba y un descomunal jonrón de Cheíto Rodríguez.
Solía cerrar los ojos para volver a ver el anaranjado de Las Villas y el rojo vino de Matanzas debajo de aquel resplandor de mercurio. Pero fueron las narraciones de Bobby Salamanca, las palmadas de Misifú (el sempiterno cargabates de mi equipo) y las hazañas de la mejor novena que he visto en mi vida (aquella Trituradora Naranja donde alineaban Jova, Muñoz, Cheíto, Olivera, Gourriel, Víctor Mesa y Sixto Hernández) los que me hicieron entender que no se trataba de un deporte sino de mi identidad.
Hay un libro, Con el alma en el terreno, escrito a cuatro manos por Leonardo Padura y Raúl Arce, que revela las claves que el béisbol le ha aportado a lo cubano. A través de varias entrevistas a luminarias de ese deporte, Padura y Arce establecen un espacio imperecedero de confesiones increíbles, números inalcanzables y jugadas irrepetibles. A veces, cuando tengo nostalgia por aquella época en que me sentaba a ver la pelota en un televisor ruso, abro Con el alma en el terreno y empiezo a leer cualquier párrafo.
Raúl Arce, quién ha sido cronista deportivo por más de dos décadas en el diario Juventud Rebelde, abandonó la delegación cubana en San Diego, poco antes de que ésta regresara a la isla. En su reflexión de hoy, Fidel Castro insulta y denigra al destacado periodista por haber decidido reunirse con su familia y no volver a su país. Baboso, simulador y repugnante. Así llama el dictador al comunicador.
Alguien debería pedirle que ya deje de hablar de pelota, que al menos en eso no se meta más. Porque está traspasando el hedor de su colostomía a una de las esencias más limpias de la cubanidad. El béisbol es una constante lucha de contrarios. Al hablar de él puede haber porfía, fundamentalismo y hasta ceguera, pero en ese terreno no tiene cabida el odio burdo y retorcido de quien no tolera que ninguno de sus adversarios, al menos una vez en la vida, se salga con la suya.
Solía cerrar los ojos para volver a ver el anaranjado de Las Villas y el rojo vino de Matanzas debajo de aquel resplandor de mercurio. Pero fueron las narraciones de Bobby Salamanca, las palmadas de Misifú (el sempiterno cargabates de mi equipo) y las hazañas de la mejor novena que he visto en mi vida (aquella Trituradora Naranja donde alineaban Jova, Muñoz, Cheíto, Olivera, Gourriel, Víctor Mesa y Sixto Hernández) los que me hicieron entender que no se trataba de un deporte sino de mi identidad.
Hay un libro, Con el alma en el terreno, escrito a cuatro manos por Leonardo Padura y Raúl Arce, que revela las claves que el béisbol le ha aportado a lo cubano. A través de varias entrevistas a luminarias de ese deporte, Padura y Arce establecen un espacio imperecedero de confesiones increíbles, números inalcanzables y jugadas irrepetibles. A veces, cuando tengo nostalgia por aquella época en que me sentaba a ver la pelota en un televisor ruso, abro Con el alma en el terreno y empiezo a leer cualquier párrafo.
Raúl Arce, quién ha sido cronista deportivo por más de dos décadas en el diario Juventud Rebelde, abandonó la delegación cubana en San Diego, poco antes de que ésta regresara a la isla. En su reflexión de hoy, Fidel Castro insulta y denigra al destacado periodista por haber decidido reunirse con su familia y no volver a su país. Baboso, simulador y repugnante. Así llama el dictador al comunicador.
Alguien debería pedirle que ya deje de hablar de pelota, que al menos en eso no se meta más. Porque está traspasando el hedor de su colostomía a una de las esencias más limpias de la cubanidad. El béisbol es una constante lucha de contrarios. Al hablar de él puede haber porfía, fundamentalismo y hasta ceguera, pero en ese terreno no tiene cabida el odio burdo y retorcido de quien no tolera que ninguno de sus adversarios, al menos una vez en la vida, se salga con la suya.
4 comentarios:
Hace unos días un conocido "procubanofidelista" me dijo que no entendía como era posible que El Comandante se dedicara a hablar de pelota con tal ahínco con tantas cosas importantes que hacer. Que ni Leonel Fernández que piensa en Beisbolandia hace eso.
Lo que pasa es que El Comandante no solo es conla pelota, así es con la medicina, la caña de azúcar, el pan, el espacio sideral o lo que sea que se le antoje. Pero siempre para hablar de algo tiene tiene que ser apoyado en un enemigo, alguién a quien denigrar...aunque fuese al gorgojo de la harina del pan de ayer...el compañero justo ahora fue que cayó en esa reflexión enla que nosotros caímos hace más de 20 años.
Me encantó esta crónica. Qué buena. Felicidades.
Camilo yo soy cienfueguero como tú, vivía en la calle Dorticós y mi padre me llevaba al 5 de Septiembre cada vez que había juego. Tengo muchos recuerdos de Cheito, de Muñoz, de Sixto Hernández y de Adolfo Borrell Croqueta, no sé si te acuerdas de él. Eran la columna vertebral de Cienfuegos. Me gustó mucho tu artículo. Nunca nos dimos cuenta del horror que significa crecer dentro de una dictadura. Ahora que vivo en Españla he podido darme cuenta de eso. Leo tu blog gracias a una maiga que me lo recomendó y está buenísimo. Felicidades, asere. De verdad, es jonrón por el center field. Un abrazo
Genial!!!!!! Camilo eres un guajirito adorable, algo así como un odioso muñequito de peluche con el que uno quisiera andar siempre aunque haga el ridículo.
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