18 junio 2024

Gracias a la vida

Diana Sarlabous en la estación de Concord, Massachusetts.

Hoy Diana Sarlabous cumple 59 años. Ella es mi tren y mi estación, mi viaje de ida y de vuelta, mi país y mi exilio, mi sentido de pertenencia y mi desarraigo. Dar con ella, lograr que se enamorara de mi y poder envejecer a su lado son tres hechos que me hacen tararear a Violeta Parra a cada rato.

¡Volví a estar en Matanzas!


Alfredo Zaldívar me ha enviado estas fotos desde Matanzas, donde se acaba de celebrar el Festival Puentes Poéticos. Estos dibujitos los hice en esa ciudad a finales de los años 80, en unas de mis tantas colaboraciones con Ediciones Vigía. Me alegra volver a estar allí, entre Zaida del Río, Sigfredo Ariel y Rolando Estévez, de quienes aprendí tanto, y junto a Zaldívar, quien me enseñó a editar y hacer libros desde la nada y prácticamente con nada. De cada estancia mía en Matanzas se fue un Camilo mejor y fue gracias a ellos.








16 junio 2024

En el Día de los Padres


Serafín Venegas Nodal y Lérida Yero Mosteiro, el 6 de septiembre de 1966. Mucho más jóvenes que yo y, según ellos mismos dejaron por escrito en el reverso de esta foto, en el momento más feliz de sus vidas. Hoy celebro a mi padre, en su día, y a mi madre, en el quinto aniversario de su partida. 58 años después, siguen conmemorando cosas juntos.

La Monstera deliciosa


La Monstera deliciosa le debe ese nombre a su exquisito fruto. Esta planta trepadora de la familia Araceae es originaria de las selvas tropicales, desde el sur de México hasta el norte de Argentina. Pero su belleza la ha llevado a interiores y paisajes de todo el mundo.
Pese a su gran propagación, son pocos los que han llegado a probar el fruto que le da nombre, que se parece a una mazorca de maíz y alcanza unos 30 cm de largo por 5 diámetro. La Monstera sólo pare en su hábitat natural o cuando se siente totalmente a gusto en el lugar donde se encuentra.
La nuestra estuvo originalmente en una tinaja, junto a la chimenea de la terraza que conecta la cabaña con la cocina. Cada vez que volvíamos a la Loma la encontrábamos aún peor, sus brotes eran cada vez más pequeños y endebles. Lo estaba pasando tan mal en ese tarro que decidimos trasplantarla.
Cuando se vio junto a una de las caobas hondureñas (Swietenia macrophylla) que tenemos en el patio, explotó de felicidad. Sus hojas empezaron a ser cada vez más grandes y en pocas semanas comenzó su ascenso por un tallo que le es muy familiar, porque se trata de un árbol muy común en su hábitat natural.
Ana Rosario y Tom, que tienen una monstera en su apartamento de Madrid y le dedican muchísimo tiempo para que se mantenga saludable, se admiraron del progreso de la nuestra. “¡Tiene frutos!”, dijeron los dos a coro, antes de reprocharnos que ni Diana ni yo nos habíamos dado cuenta de la parición. 
Ahora debemos llenarnos de paciencia y esperar todo un año a que maduren. Si los tocamos antes, podríamos envenenarnos con el alto contenido de ácido oxálico que contienen mientras están verde. Los que lo han probado, dicen que tiene un sabor aún más rico que la piña.
En la primavera de 2025 les contamos a qué nos supo.

14 junio 2024

Poesía IA


Un amigo, que siempre está al tanto de los avances de la tecnología, me preguntó si había intentado hacer poesía con inteligencia artificial. "Nunca en mi vida le he usado ni para escribir un email —le respondí—. Creo que eso es otra forma de plagio. Que un programa escriba un verso por ti es de peor gusto que intentar copiar a Borges". 
Luego me quedé pensando en el asunto y empecé a sentir una rara vergüenza ajena. Me parece mucho más digno ser un mal poeta con versos propios que uno regular con ajenos. Tener que pedirle a una máquina que se ponga a crear por ti, es reconocer que tienes menos imaginación que Víctor Casaus.

12 junio 2024

Una ALCO Mil Seiscientos se llevó a Diana

ALCO FA2 al frente del tren Santiago- Habana.

Diana apenas tenía cinco años, pero recuerda el olor del alquitrán y el sonido sordo de la enorme locomotora. La familia no fue a despedirlos a la estación de Santiago. La división y el odio impuestos por el régimen ya habían tomado asiento en los hogares cubanos. Ellos se iban y, además de la condena a trabajos forzados, en sus maletas debían cargar con el repudio de sus seres queridos.
El tren nocturno de Santiago a La Habana es el último recuerdo que le queda a mi mujer de su infancia en Cuba. Los Sarlabous Sosa viajaron en un compartimento con literas. Esperaron a que la máquina salvara la cuesta más empinada del camino y atravesara las calles de El Cristo. 
El pueblo donde habían vivido ya dormía, apenas alumbrado por las bombillas de los postes. En silencio, vieron pasar su lugar en el mundo por la ventanilla. Luego se acostaron y ahí empieza, como una película, el último recuerdo que tiene del país donde nació. 
La ALCO Mil Seiscientos, avanzaba a través de la llanura camagüeyana, primero, y las alturas de Santa Clara, después. Quizás sobre Matanzas se les hizo de día, pero ella no recuerda ninguna claridad en el trayecto. Tampoco la llegada a La Habana, ni los vuelos a México y Santo Domingo. Es como si el tren se hubiera hecho cargo de todo el viaje.
La única de aquellas 12 máquinas —adquiridas por los Ferrocarriles Consolidados en 1951— que ha llegado a nuestros días, se exhibe en el parque de Baconao, en Santiago de Cuba. Ese cascarón es todo lo que queda del país del que se fue. Todo lo demás ha desaparecido o derrumbado. 
Sólo esa ALCO Mil Seiscientos, silente, vacía, prueba que ella estuvo en Cuba, confirma esos cinco años que pasaron antes de que República Dominicana le entregara un salvoconducto y la hiciera libre. La locomotora que se llevó a Diana aún retumba en su cabeza, sobre todo si el olor a alquitrán reaparece.

05 junio 2024

Don Nano

Luis Concepción, Susana Ortega y yo junto a don Nano.

Hoy tuve un largo día de trabajo que incluyó siete horas al volante y más de cinco de entrevista con una leyenda del mundo de los destilados. Viajé a Puerto Plata para reunirme con Fernando Ortega Brugal. Si se fijan en el borde inferior de la etiqueta de 1888, encontrarán allí su firma.
Don Nano, así le llaman sus allegados, es el autor de ese extraordinario ron. Fue su canto de cisne como maestro ronero de la cuarta generación de la familia Brugal. Barricas de roble blanco americano, usadas por una vez en bourbon, y barricas de roble rojo español, ex Jerez, fueron sus secretas aliadas.
Aunque acabamos brindando con 1888, nuestra conversación se remontó unos años atrás, con la llegada de Andrés Brugal —su bisabuelo— a Santiago de Cuba, donde aprendió el arte de destilar mieles de caña de azúcar. La colaboración de sus hijos con los mambises y la amenaza del garrote vil, lo trajeron a suelo dominicano.
Desembarcó en Puerto Plata con su familia y un pequeño alambique de cobre, en él logró sus primeros destilados. Cinco generaciones después, Brugal es uno de los cuatro rones más vendidos del mundo y uno de los destilados premium más apreciados por los conocedores.
—Papá Andrés no toleraba que le quedaran mal —nos dijo don Nano refiriéndose a su bisabuelo—. Por eso siempre intentamos hacer el mejor ron posible, no se puede defraudar al hombre que fundó semejante legado. 
Dicho eso, acercó el vaso de 1888 a su nariz. Permaneció en silencio un largo rato, mientras reconocía todo el mundo interior del envejecido que lagrimeaba en el vidrio. Sonrió satisfecho y propuso un brindis. Luis Concepción, Susana Ortega —sobrina de don Nano y embajadora de Brugal— y yo chocamos nuestros vasos con el suyo.
Llegué exhausto a Santo Domingo. En el camino tuve que lidiar con una fuerte tormenta que incluyó inundaciones y derrumbes en el tramo de montaña. Pero el esfuerzo valió la pena, porque tuve el privilegio de seguir aprendiendo sobre el arte de hacer ron con uno de sus más grandes maestros.

Junto a Fernando Ortega Brugal, maestro ronero
de la cuarta generación de la familia Brugal.

03 junio 2024

Roberto Carlos, de un lado y del otro


Roberto Carlos estaba prohibido en la Cuba donde nací y me crie. Recuerdo a los enamorados oyéndolo a escondidas en casetes de contrabando. Su voz, como un susurro, se oía desde los puntos más oscuros de los parques, esos en que las bombillas habían sido abatidas de una pedrada.
Como nunca fui buen bailador, en las descarguitas caseras esperaba pacientemente por alguna pieza suya. Entonces tiraba de la mano a una de las muchachas de mi época y la asía contra mí. Aún hoy, “La distancia” y “Un gato en la oscuridad” deben seguir siendo las dos canciones que más he bailado.
Aunque sus obras hablaban básicamente de amor, al menos en mi país también eran un acto subversivo. Por eso, em cuanto mi abuela Atlántida vendió sus joyas en la Casa del Oro y me compró un tres en uno (así le llamábamos a los equipos de audio), quise tener mi propio casete de Roberto Carlos.
Por aquella época (mediados de los años 80), yo tramaba un programa en Radio Ciudad del Mar y le pedí el favor a Fabio Bosch. Me copió 90 minutos que luego se fueron conmigo a La Habana. Cada vez que llegaba el viernes, aquellas baladas me llevaban de regreso a la noche del Paradero de Camarones.
Hace dos o tres días, Ana Rosario nos llamó para decirnos que, el próximo 23 de septiembre, Roberto Carlos se presentará en el Wizink Center de Madrid. Cuando supe que ya nos tenía las entradas, salté de la alegría. No sé si fue el Camilo actual o el adolescente, aquel que se iba como un gato para las oscuridades.
Desde la libertad que disfruto en 2024, le doy las gracias al censor que se le ocurrió prohibirlo en la Cuba de los 70. Porque logró que toda una generación le prestara aún más atención a un mito y, al menos en mi caso, no dejara de oírle nunca más. También le agradezco el regalo a Ana Rosario, que creció escuchando aquel TDK, de un lado y del otro.